No soy una mujer normal. Detesto salir de
compras. Tener que esperar horas por un probador, pelearme para que me puedan
atender, poner la mano encima de la chompa antes que otra mujer para que no me
la quite… no, no, no. No es mi estilo. Además, nunca he entendido por qué las
mujeres se demoran tanto comprando. Definitivamente no saben lo que quieren
porque llegan, agarran de aquí, agarran de allá, se prueban todo y al final,
cuál es el resultado: no me gusta, no me queda, no me convence, mejor vamos a
otra tienda.
Mis amigas ya no me llaman para ir a comprar porque siempre digo que no y si por ahí alguna vez acepto, siempre estoy con mi cara de desastre o pegada al blackberry rajando de ellas en Facebook. Es que también la situación va por este lado; si para una señorita de contextura delgada es tan complicado comprarse ropa –teniendo en cuenta la cantidad exorbitante de opciones que tienen- ¿Pueden imaginar lo que una señorita de curvas caribeñas como yo tiene que pasar para conseguir un jean, un polo o peor aún, un vestido?
Cuando viajaba en USA no tenía tanto problema,
encontraba ropa rápido y me traía varias cosas que me duraban por buen tiempo,
hasta el siguiente viaje. Pero ahora que estoy prisionera en Lima es imposible
que consiga algo que me quede y sobre todo, que me guste. Mi mamá viaja seguido
y hace el esfuerzo de traerme cosas. Muchas veces me gusta lo que me trae, pero
otras… es la pesadilla de toda gordita metida en una maleta.
En su último viaje me mandó una maleta llena de
ropa con mi papá. No había comido en 3 días para que al menos por un momento me
sienta flaca probándome todas las cosas que me había mandado. Quería ponerme
los jeans, las casacas, los politos que había visto por internet y me había
asegurado que haya en mi talla. Grande fue mi sorpresa cuando lo primero que
salió de esa maleta del infierno fue un pantalón de lycra –sí, escribí bien,
lycra- color blanco que era 3 tallas menos que la mía. Tres.
Cómo es la mente de compasiva y veloz que me
hizo creer que de repente se había equivocado de maleta y ése era un pantalón
para vender. Feliz y sin perder la fe, lo puse a un lado y seguí buscando. Vi
una blusa de cuadritos morada con azul, linda, me encantó, no estaba en mi
lista de pedidos, pero qué importa, estaba preciosa. Pero cuando la saqué algo
empezó a sonar como moneditas. Cuando le di vuelta, vi que en todo el pecho
tenía miles de moneditas pegadas que al moverse hacían un sonido espantoso. Papá, voy a parecer una vaca caminando con
su campana en el pecho, le dije a mi padre que no dejaba de reírse sentado
en la escalera.
Mente milagrosa que pensé de repente también se
equivocó de maleta y esto es para regalarle a alguna de sus amigas. Siguiente
prenda. Vamos con fe. ¿Fe? La carpa del circo de las vaquitas fue lo siguiente
que salió; una blusa gigante de encajes gigantes y cuadros gigantes blancos con
negro. Por el amor de Cristo eso era de maternity, qué carajo le pasó a mi
madre para mandarme eso. Había una lista, específica, de colores, modelos y
sobre todo tallas. Mi fe se perdió. Lo único que pude rescatar de la maleta de
satán fue un par de medias y una casaca linda color azul acero. Claro que días después
me dijeron que parecía un balón de Sol Gas cuando la tenía puesta. Nunca más me
la puse.
Volviendo a Lima, cuando por fin decido ir a
comprarme algo, porque vamos, es inevitable, tengo que comprar ropa en algún
momento, es deprimente entrar a una tienda donde tienen la osadía de poner la
talla XS primero. Me ofende profundamente. ¿Acaso toda la población femenina
peruana es esa talla? Y lo peor de todo es que todo lo XL está al último,
entonces cuando te pones a buscar mueves y mueves y mueves la ropa y la gente
te mira con cara de Pobre gordita, no
encuentra su talla.
Las señoritas vendedoras tampoco son de gran
ayuda. Si les preguntas si tienen lo mismo pero en XL te sonríen y te dicen que
ya no. Pero esa sonrisa es de compasión, yo no necesito compasión por ser una
plus size ¡Necesito ropa! Si vas de frente al grano y entras a una tienda y
preguntas si tienen algo que te quede, te vuelven a dar esa sonrisa y te dicen no señorita, acá no salen esas tallas.
“Esas tallas” ¿Cuáles son esas tallas? Cuerpo de kion, se me fue la cintura, no
veo mis pies, parezco pero no estoy embarazada. O peor aun cuando estás pasando
por las galerías y una señorita insolente te grita Amiga, acá tenemos tallitas. Y si te mandas a hacer ropa con una
modista te cobra más porque “tiene que usar más tela de lo normal”.
Pero como en algún lugar del mundo hay otra
como yo y con habilidades para la creación textil, gracias al ser divino sí hay
una tienda donde “esas tallas” están a plena disposición de cualquiera, sin
necesidad de rebuscar hasta el fondo. Todas las clientas somos iguales, no nos
discriminan. Estamos orgullosas de ser miembros oficiales de KFC y Papá Jhons.
Cuando entro, encuentro lo que quiero, todo me queda bien, todo me gusta y
sobre todo, en esa tienda, no peleo con las XS.