lunes, 20 de junio de 2016

Hola, soy Fátima y yo... robaba comida

No me estoy presentando ante un grupo de comedores compulsivos anónimos, tampoco estoy tratando de justificar mi obsesión por la chatarra; simplemente, hoy, comparto con todos ustedes algo "curioso" de mí. Yo robaba comida.

Creo que todo comienza con el tan recordado grito de mi madre "¡Cinthya María!" que se escuchaba por toda la casa, pero no era cuando me portaba mal o estaba fastidiando a mis hermanos, era cuando faltaba comida en la olla. 

Mi madre siempre decía: ya sé cuántos pedazos de pollo he dejado, tu plato está servido, ya no hay más, por favor no me toques la olla. Y no estoy hablando de mi época adolescente o de adulta... Yo tenía menos de 10 años cuando mi mamá se llevaba la olla de ají de gallina a su cuarto después de almorzar, para que yo no pase por ahí como choro y del mismo cucharón con el que ella servía, yo sacaba como puré y me lo metía todo a la boca. Luego ¡A correr!

Al principio yo pasaba desapercibida, de chica era flaquita porque en el colegio valoraban mucho la educación física así que me tenían en forma, lo lógico era tirarle la culpa a mis tres hermanos mayores, porque comían como unos salvajes. Pero cuando me cambiaron de colegio y me EXPANDÍ, lo más obvio era tirarle la culpa a la gordita.

Si faltaba pan... fue Cinthya María. Faltaban hot dogs... fue Cinthya María... faltaba un 1/4 de pollo a la brasa... fue Cinthya María. ¡Pobre de mí! ¿Si olía a pedo también le tiraban la culpa a la gordita? No pues, no podía ser posible, así que yo tenía que mejorar mis tácticas de sobrevivencia. Si era ají de gallina primero le ponía un chorrito de leche para que suelte y así podía sacar más cucharadas y la cantidad parecía la misma ante los ojos de la comandante. Si era hot dog, lo cortaba en varios pedazos, cosa que así era imposible saber cuántos había originalmente. ¿Chocolate? cortaba pedacitos pequeños como si se hubiera roto y si se trataba de pedazos de pollo, los deshilachaba para suponer que se habían deshecho por pasarse de cocción. ¿Qué tal pendeja no?

Hubo una época donde, por el cargo profesional de mi papá, nos llegaban a la casa muchas canastas navideñas... MUCHAS. La sala estaba llena de canastas y en esa época recién estaban de moda las Pringles, los panetones Perugina y las cajas de galletas de mantequilla. La comandante se encargaba de vigilar a muerte las canastas, abría una y no abría nada más hasta que se acabara lo que ésa tenía. Lo típico: ketchup, duraznos en conserva, atún, sardinas, de repente el champagne pero siempre el chocolatito caliente Sol del Cuzco. ¿Cómo iba a chorearme las Pringles?

Pasos para chorearte las Pringles de una canasta navideña sin que se den cuenta:
  1. Busca en tu cocina algo de la misma altura, no necesariamente dimensión, pero sí altura. Pueden ser 2 latas de leche por ejemplo o varias latas de conserva.
  2. Ten una tijera muy afilada o una cuchilla si es posible.
  3. Consigue cinta adhesiva transparente y que sea del mismo tamaño que la usada en la canasta.
  4. Busca la unión del papel celofán, porque siempre en las canastas un pliego no alcanza, entonces hay que pegar dos.
  5. Corta con muuuuuuucho cuidado esa unión siguiendo el sentido del papel. No la cagues cortando en otro sentido.
  6. Saca las Pringles.
  7. Mete el elemento falso.
  8. Junta el celofán pegando exactamente igual como lo encontraste.
  9. ¡CORRE HUEVÓN!

Así fue como me tragué todas las cositas ricas que estaban en las canastas. Pero claro, a la comandante no se le podía engañar. Primero ¿Cómo iba a deshacerme de la evidencia? Yo era chiquilla, mi mamá todavía entraba a mi cuarto a limpiar, todavía revisaba mi mochila y mis cajones, dónde se suponía que iba a ocultar tantas latas y cajas y envolturas. Mmmmm... había que mejorar la táctica.

Una buena mañana me la quise dar de Misión Imposible y decidí sacar un panetón. La cosa era cómo iba a igualar algo tan grande. No solo en altura, si no en dimensión, además un panetón se nota. Era muy peligroso. Honestamente no sé qué metí ahí, creo que dejé la caja vacía y corrí sin mirar atrás a mi cuarto. Me tragué medio panetón sola.

Esa tarde una tía fue a casa con sus hijas de visita. Mi mamá siempre ayudaba a su familia con víveres o en general con lo que se pudiera y qué mejor idea navideña que armarle una súper canasta sacando cosas de todas las canastas. PUTA MADRE. 

Yo sudaba frío desde la escalera. "Cinthya María, ¿No vas a bajar a saludar a tu tía?" Bajé, saludé y me encerré en mi cuarto, esperando, impaciente, ansiosa, temerosa. Me iban a sacar la mierda.

Lo lógico y estoy segura que lo que están esperando es el grito de ¡Cinthya María! pero no, no fue así; mi mamá no gritó, no hizo un escándalo. Fue algo peor: el silencio. No se escuchaba absolutamente nada... me acerqué despacito a la puerta y cuando la abrí ahí estaba ella, con los brazos en la cintura y su cara de grumpy cat. "¿Dónde está la comida?" -Qué comida mamita ☺-

De un chancletazo me sacó del camino y empezó a buscar; cajones, ropero, tacho de ropa sucia, debajo de la almohada, en el closet de mi hermana... nada. -¿Qué pasa mamita, se perdió algo?- Hasta que de pronto lo escuché, ahora sí queridos lectores, ahora sí viene... ¡CINTHYA MARÍA DE FÁTIMA! (puta madre mi nombre completo). Y sacó la bolsa de panetón y las 20 latas de Pringles que estaban debajo de mi cama, estratégicamente protegidas por mis muñecas.

Y así fue como las medidas de seguridad se volvieron extremas en casa. Yo seguí gorda, pero había aprendido mi lección. Ya cuando crecí y tenía dinerillo me compraba mil Pringles y varios panetones y mucho más ricos y me lo comía con mi papá ¡Ja!

Espero que esta historia haya alegrado un poco sus vidas. Yo, me iré a comer mi ensalada de lechuga tomate y pepino, porque tanto panetón y papitas ahora me cobran factura. Buena suerte, y buen provecho. Cierren su refri cuando los visite.