No, no me creo Emma Stone ni tampoco me creo una artista de Hollywood. A lo mucho puedo llamarme cantante de ducha, escritora de crónicas divertidas, catadora profesional de pollo frito. Pero hoy, mientras miraba el techo de mi cuarto en plena oscuridad, solo acompañada del sonido del ventilador y los suspiros de mi perro al dormir abrazado de mi pierna, recordé una mini versión de La la land en mi vida, hace unos cuantos pero no tantos años.
Nos conocimos muchos años antes de esta historia, aunque nos veíamos poco nos hicimos muy buenos amigos, hasta llegamos a viajar juntos una vez. Nunca pasamos de un par de besos, siempre acompañados de un vaso de Whisky y buena música. Honestamente nunca nos vimos como "algo más"; éramos grandes amigos, disfrutábamos la compañía del otro, ambos extraños, ambos soñadores, ambos locos.
En cierto momento yo estaba bastante flaca -sí, créanlo, era flaca, iba al gym, IBA AL GYM- y decidí hacerme una sesión de fotos, como él era la única persona que conocía que estaba metida en todo este asunto pues le pedí que las tomara. Así comenzó todo...
Primero fueron las fotos, luego fue "hay que revisar las fotos", luego un "¿me recoges más tarde?" Sin darme cuenta pasaba, literal, todo mi día y todos mis días con él. Esto ya no era un tema de solo amigos.
Creo que deberíamos empezar a salir. Esa frase me aterró, no por el hecho de salir con alguien sino porque no nos conocíamos bien. Como dije, las veces anteriores fueron efímeras, siempre salíamos solo a divertirnos, siempre tomando, siempre en joda, en tontería. Nunca hubo algo serio. Y en ese momento, nuestros tiempos juntos eran de diversión, de compañía. Yo no quería que realmente me conozca.
Él era el típico soñador, futuro director de cine, artista innato, con una imaginación y creatividad increíbles. Yo no tenía en claro qué hacer con mi vida, recién estaba empezando a cantar y él me ayudaba en todo lo que podía. Para mí él era perfecto y yo lo era para él.
Una noche no podía más con mi vida, me sentía abrumada, exhausta, ansiosa y sola. Pensaba en cómo haría para resolver todos mis problemas, todas mis dudas existenciales y lo peor es que no tenía con quién hablar. ¿Cómo iba a contarle a él todos mis problemas? Se enteraría de quién realmente era; una chica depresiva, ansiosa, que llora de todo y que se hace un mundo de la nada. Ya no sería perfecta.
Aún así, tomé el teléfono y le dije para ir a su casa. Siempre con una sonrisa y un abrazo fuerte me recibía preguntándome ¿y, hoy qué vamos a hacer? No había nadie en casa, los vasos de whisky listos, hielo listo, dos ceniceros y dos encendedores. Nos sentamos en el suelo y me preguntó cómo estaba. Rompí en llanto y riéndome de mi desgracia le conté todo, punto por punto, detalle por detalle, prendiendo cigarro tras cigarro y tomando sorbos de mi vaso.
En ese momento pensé, estoy segura que mañana que me calme me va a decir que mejor lo dejamos todo aquí no más. Él me miró todo el tiempo, en silencio, solo fumaba, bebía, me miraba, suspiraba y me seguía mirando.
Cuando ya no había más lágrimas me dijo "tengo exactamente lo que necesitas". Se fue por un momento y cuando regresó, tenía una radio en la mano. La conectó y puso un CD. La verdad, no recuerdo qué CD era ni qué canción era ni quién cantaba, porque lo único que recuerdo era su sonrisa escondida en su cabello rizado dorado.
Se puso a cantar y a bailar por toda la casa, interpretó cada palabra de esa canción, haciéndome reír como nunca antes. Tomó mi cigarro, lo apagó en el cenicero y extendió su mano hacia mí. Realmente parecía que estábamos en ese monte junto a la luna, donde el galán saca a bailar a la dama y aunque los dos no son bailarines, no se equivocan en ningún paso, flotan por el suelo al ritmo de la canción y ella, tras dar un giro y volver a sus brazos, cae rendida ante su encanto y recibe ese beso que borra todo problema que en algún momento la atormentó.
Y tal como la película, él terminó conociéndome y yo terminé conociéndolo. No funcionó. Cada uno siguió su vida, ya pasaron casi 10 años y hemos vuelto a ese punto del inicio; el de amigos que se ven, se adoran, se abrazan y ríen como locos. Claro que yo ya no soy flaca y ahora él tiene novio. Él es director y yo grabé algunas cuántas canciones. Supongo, que tal como Emma y Ryan, ambos influimos en la vida del otro, pero nuestras historias debieron crecer separadas, para que ahora cada uno tenga su propia historia de amor de película. Y creo que en eso los dos sí atinamos, porque ambos somos muy felices.
Ah, por cierto, la canción es Slowly de Luis Eduardo Auté, ¿creyeron de verdad que no me iba a acordar? Buenas noches, a soñar todos.