miércoles, 22 de agosto de 2012

¿Por qué no comprar en Wong un domingo a la 1pm?


Cuando mis padres están fuera del país yo me quedo como dueña y señora de la casa y debo velar por mi bienestar, el de mi hermano y nuestros cuatro perros. Pero claro, no podemos hacernos los locos y pasar por alto mi pasión desenfrenada por los deliverys, el hecho de que sólo sé cocinar 3 platos y que me llega cocinarle a mi hermano. ¿Cómo haríamos para sobrevivir? Esa mañana me levanté diferente, me dieron ganas de cocinar, de comprar cositas para la casa, de limpiarla. Esa mañana, me decidí a ir a Wong.

Mi auto aún estaba vivo, pero moribundo como siempre. La noche anterior lo había dejado en la parte de arriba del estacionamiento, y al bajar la pequeña subida dejé el parachoques colgando sólo de un tornillo (son cuatro). No me quedaba otra que agarrar masking tape y tratar de sostenerlo como mejor pudiera. Sí, masking tape. Y era color beige. Además, los que me conocen saben que no me peino, tenía el cabello mal amarrado, me puse el jean roto y un polo cualquiera. No era el look preciso para ir a Wong de La Planicie a la 1:00 de la tarde.

Mi pequeño auto se perdía entre las RAV y las Land Rover; parecía que en ese momento tener un auto de marca y deportivo no importaba. No estaba lavado, había masking tape beige en el parachoques y la chofer despeinada. Pero aun así con la cabeza en alto, logré pasar por el callejón oscuro hacia el estacionamiento; me abrí paso entre la gente, tomé mi carrito y entré.

Hay tres tipos de familia que van a Wong los domingos: los regios, los semi regios y los no tan regios. Empecemos con los regios: mamá tiene una cintura envidiable, su rostro se mueve difícilmente pues el botox y las cremas rejuvenecedoras no se lo permite, no pasan de los 45 años, busto y derriere en su lugar (o más arriba) vestidas como si fueran a una fiesta o un almuerzo en algún club; botas hasta la rodilla, jeans de marca con pedrería, cinturón ancho y blusa o polo de algodón lycrado dentro del pantalón. ¡O sea, te refriegan en tu cara que no tienen ni un gramo de grasa! Lentes oscuros, rubias bronceadas o trigueñas con iluminación. 

Así va la cadena: ellas adelante con la cartera Dior en el codo y el blackberry en la mano. Detrás la cocinera -ojo, es diferente a la nana- quien lleva el carrito y la lista de cosas para comprar. Detrás la hija mayor versión mini de la mamá, luego la nana y luego los otros 2 ó 3 critters gritando en inglés. Porque ellos no hablan español, obviamente. ¿Y papá dónde está? Comprando la carne para la parrilla dominguera en casa de los Romero Berckemeier.

Yo avanzo como puedo entre la gente, tengo un celular en la mano pero no es un blackberry, mi cartera es de "gamarrein couture", no uso polos lycrados ni cagando y no uso correa porque no encuentro una que me quede. Soy trigueña de cabello negro y ese mes no pude comprar mis lentes de contacto de color. Soy común. No me queda otra que sonreír y poner pan en mi carrito.

Los semi regios están constituidos por madres que dejan a sus crías en casa con el marido, quien obviamente los deja desatendidos y la pobre y desamparada madre debe hacer las compras, sola. Ella recibe constantes llamadas en su blackberry sobre temas de coyuntura nacional: no pegarle el chicle a la hermana, cuadras las vacaciones en Cancún antes de las vacaciones en Grecia, no mandar a los hijos a casa del amiguito con porcina. Ellas también me miran mal y creen que soy la hermana de alguna de sus 20 nanas todo porque saliendo del carro me puse una chompita blanca.

Los no tan regios son los peores, los padres que creen que domingo significa ¡Vamos a pasear a Wong! Van con los 4 hijos, la mamá, la suegra, la prima o primo -que se queda el fin de semana- y de paso se ofrecieron a cuidar al vecinito. Papá va adelante con sus bermudas blancos y sus medias hasta la canilla. Mamá viene detrás comprando todo y eligiendo sólo las ofertas. Ella tiene más de 40, sus cremas rejuvenecedoras son Nivea y está un poco gordita; vestida en jean y un blusón. Mientras tanto, los engendros quieren que compre cereal Cocoa Puffs, pero ella compra cereal Ángel. Se pelean por comer el queso Bonlé que invitan, el vino, la jamonada y el tamal. ¡Encima piden dos! Por si fuera poco, de la manera más conchuda también me miran de manera rara; todo porque no distingo el culantro del perejil.

Las cajas están llenas y pareciera que todos se conocen, todos se saludan y hablan de las parrilladas a donde irán, a las que fueron y obviamente las que planean en ese momento. Por fin es hora de pagar y salgo de ahí corriendo. Las miradas aún me crucifican hasta que, por fin, saco mi auto del estacionamiento y veo las letras Wong desaparecer en mi retrovisor, me siento libre. Lamentablemente la paloma que me dejó un regalo en el parabrisas no pensó lo mismo.




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