Igual que todos los lunes me desperté temprano, llamé al taxi y me alisté para ir al canal; pero claro, no es un lunes cualquiera porque después de 5 meses hoy no tendríamos ensayo general, no correría como loca buscando las últimas cosas que faltan, yendo al centro de Lima en camión a recoger escenografía... no vería a mis pequeños gigantes.
El sábado fue una mezcla de sentimientos indescriptible, era el final de la primera temporada, la celebración del esfuerzo, el talento y la dedicación, momento de levantar la copa y aplaudir con todas las fuerzas al escuadrón ganador. Acompañar a los otros niños, animarlos, consolarlos y atenderlos por última vez. Calmar a algunos padres, reír con otros, abrazarnos, desearnos suerte, agradecerles por permitirnos cuidar a sus hijos, guiarlos y verlos crecer cada día. Fue imposible no ponerme a llorar con algunas mamás que siempre colaboraron y me dieron una sonrisa y apoyo cuando yo gritaba "¡Aplausos por favor señores!" Que por ahí me llevaban una botellita de jugo, una empanadita o un caramelo para aguantar las 4 horas de grabación. Lindas mis seños.
Quienes me conocen de mucho tiempo saben que los niños nunca fueron de mi afecto y que tengo poca paciencia. Esta experiencia me hizo cambiar eso por completo; justo antes de empezar a grabar me quedé conversando con una de las madres y le dije que para mí era como tener 28 hijos. Si bien yo no estaba en el equipo de La Casa de los Niños, igual estaba con ellos en sus ensayos, les servíamos el almuerzo o desayuno o no sé, de repente algún premio, algún kekito, galletas... hasta poner un simple curita en una rodilla raspada para mí era algo valioso. Qué increíble es poder lograr una sonrisa con un curita, como alguna vez me dijo uno de mis bebes: estaba haciendo magia.
Ser parte de la producción no era sólo un tema de coordinaciones, creatividad, ir, venir y hacer mil cosas a la vez; éramos también un ejemplo a seguir para los niños. No sólo enseñarles a decir por favor y gracias, si no demostrar en nuestros actos diarios que también como adultos debemos pedir por favor, agradecer, pedir permiso, no insultarnos ni ponernos apodos. Demostrar que siempre debemos respetar a las personas, por más que de repente no nos caigan muy bien y perdonar a nuestro amigo si de repente hizo o dijo algo que pudo herir nuestros sentimientos. Ser cómplices de algunas travesuras y hasta consejeros de amores platónicos.
Algunos no entenderán por qué a veces saltábamos de alegría con el puntaje de los niños, pero es que los padres a veces ven sólo un lado y no saben que nosotros en las oficinas vemos a sus hijos llorar o estar preocupados porque un paso de baile no les sale, porque no llegan a una nota o no recuerdan bien su texto. Nosotros estábamos ahí ayudándolos, llamándoles la atención si no practicaban o llegaban desanimados. Cómo no nos vamos a alegrar cuando sacaban un 10 perfecto. Había que celebrar tanto talento.
Realmente fuimos una familia. Los niños y la producción, a quienes considero amigos de por vida. Es lindo trabajar en un ambiente de buena vibra, con gente que es gente y buena de corazón. Voy a extrañar buscar canciones con mi jefa y ver quién podría cantarlas, editar la música de los bailes, ver puestas en escena con los chicos y luego molestar en carpintería para que nos hagan lo mismo. La verdad, es que no importa que haya gastado un montón en comprar diclofenaco para mi dolor de espalda de tanto esfuerzo que hacía. Tenía a muchas flacas queriendo hacer mi trabajo así que yo tenía que poner el triple de ganas y a darle con todo. No importó nada porque cuando llega el 5, 4, 3, 2, 1 y mi jefe me decía que pida aplausos ya todo cambiaba, era magia pura.
Voy a extrañar absolutamente a todos. Se terminó una temporada, pero la amistad nunca se termina cuando es verdadera. ¡Hasta la próxima Pequeños Gigantes!