miércoles, 28 de noviembre de 2018

El Cebiche del triunfo




¿Les ha pasado que cuando terminan una relación les cuesta mucho hacer las cosas que hacían juntos? (Y entiéndase una relación a cualquier tipo de relación, no solo amorosa). Intentan, prueban hacerlo, tratan de participar, pero es simplemente demasiado doloroso...

De repente sonará absurdo o ustedes pensarán que soy una huevonaza, pero cuando se acabó mi última relación estuve casi 5 meses sin poder comer pastas... ¡Yo sin comer, pues! Pero es que me era demasiado difícil. Tenía hambre -obviamente que sí- pero al ver la comida lo único que mi cerebro hacía era recordarme cuando él lo cocinaba para mí, cuando yo lo cocinaba para él, cuando tomábamos fotos a los platos para la web, cuando lo visitaba en el restaurante y llevaba a mis amigos y me sentía orgullosa de su comida. Un plato de pasta (o varios platos) simbolizaban lo bonito de una relación, pero lamentablemente también simbolizaban la ruptura más horrorosa que he pasado. Así que, la pasta estaba prohibida en mi vida.

Pero no solo eso... ustedes saben que yo amo cocinar, que aprendí a disfrutarlo y luego me volví muy buena y me aprendí los videos de Tasty y tengo mi cuaderno cuadriculado de colores en espiral lleno de recetas escritas a mano, como toda una señora y que está manchado obviamente pero no lo puedo descartar. Entonces, ¿cómo se suponía que iba a seguir teniendo ganas de cocinar? Cocinar también era el sinónimo de muchos recuerdos y era aún más difícil porque mis skills mejoraron con sus indicaciones y me hacía acordar cuando yo preparaba cosas nuevas y luego las publicaba en su web. Cocinar también estaba prohibido en mi vida.

¿Cuándo entonces es el momento en que uno AVANZA? Al principio me mataba pensando cuándo, cuándo, cuándo, cuándo... y desgastaba mi energía, mis pensamientos en obligarme a superar las cosas o simplemente las evitaba y me hacía como que no pasaba nada y luego cuando me encontraba cara a cara con las situaciones que me eran difíciles me quebraba por completo. ¿Cuándo entonces superas? ¿Cuándo es que un día simplemente ya pasaste la página? ¿Cuándo sonríes de nuevo?

La respuesta es simple: cuando TÚ decides ponerle el pare. Mi breakup fue atípico -como toda mi relación- yo no tuve un cierre, no tuve explicaciones, no tuve nada, me quedé en el aire entonces eso también dificultó las cosas... hasta que un buen día, después de llorar y llorar y odiar al mundo y caerme y quedarme en el fondo, decidí avanzar. Así que yo misma puse el fin y decidí que era tiempo de empezar de nuevo.

Empezar de nuevo... ¿Qué flojera, no? Hacer tooooodo de nuevo... encima que soy una bestia para las citas. ¡Qué flojera! ¡¡Pero lo más importante era volver a comer!!

Una noche, en un matrimonio estábamos celebrando y siendo felices -con mucho alcohol- y a la hora de la cena me senté a comer con mis amigos y a la mitad del plato me di cuenta que estaba comiendo lasagna... pero no solo eso, la estaba disfrutando. No me dio pena, no me dio tristeza, no lo asocié a nada. Era simplemente una lasagna buenaza. ¡Salud por eso vamos por otro plato!

Luego vinieron los tallarines saltados, los rojos y los ravioles... ¡vino la pizza! LA PIZZAAAAAAA. Empecé a salir, a disfrutar de las cosas, dejé de llorar... empecé a sonreír, amigos. Pero admito que aún tenía miedo de meterme a la cocina y enfrentarme a los recuerdos más grandes.

Cómo son las cosas que ayer, martes 27 de noviembre, me invitaron a un evento de Twitter llamado #LaCocinaDeTwitter, en un restaurante. Yo pensé que solo nos iban a contar las novedades y luego nos alimentarían, ¡pero no! Resulta que teníamos que cocinar.

Así que tenía dos opciones:
A) Decir que no podía asistir y perderme una gran oportunidad de aprendizaje digital y no enfrentar mi miedo.
B) Agarrarme bien los huevos, enfrentarme al cambio y SUPERAR.

¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que me ponga a llorar en plena reunión? ¿Que salga corriendo y me regrese a mi casa a lamentarme? ¿Que me salga horrible? ¡Qué chucha pues, QUÉ CHUCHA! La opción B fue la ganadora y fui.

Ponerse el mandil, los guantes, escuchar la charla del chef, agarrar el cuchillo y empezar a cortar el pescado para el Cebiche... ¡Qué difícil concha de su madre! Lo único que tenía en la cabeza mientras iba preparando era su cara diciéndome lo que tenía que hacer... pero luego respiré hondo, me concentré en lo que tenía que hacer y todo eso que me estaba bloqueando desapareció. Me empecé a afanar con la sal, la pimienta, mover, mover, mover, limón, mover, ají, mover, ¡no dejar que se recocine! Mover, mover, leche de tigre, cebolla, más ají y mover... Agarrar el plato, poner la lechuguita, el choclito, colocar el camote, poner mi preparación, limpiar los bordes, presentarlo y decir LO HICE.

Mi Cebiche fue un éxito, tuve la aprobación del chef, a mí me gustó, a mis amigos les gustó, pero lo más importante es que lo hice. Yo lo hice. Yo tomé la decisión y lo hice. Pero sobre todo, amigos, me tomé mi tiempo.

Comenzar de nuevo es difícil, da mucho miedo, el no saber qué va a pasar es aterrador, pero si no lo hacemos, nunca sabremos las cosas grandes que están por llegar, no disfrutaremos las cosas bonitas que están ahí esperándote, ¡listas para ti! Así que, si estás pasando por lo mismo, tómate tu tiempo y cuando te sientas lista, agárrate los huevos, respira hondo y lánzate a la aventura. Que un Cebiche del triunfo te estará esperando.