La verdad
no me importa si me juzgan. Yo no juzgo a nadie pero tampoco puedo esperar que
no lo hagan conmigo. Trato de no hacer cosas que sean posiblemente juzgables
para evitar pasar malos ratos de explicaciones y de hacer cara a otras
personas; pero cuando vas a una tienda de fiestas y pides cajas, platos,
servilletas y juguetes para la celebración del cumpleaños de tu perro, es muy
difícil que no te juzguen. Pero como dije al inicio, la verdad, no me importa.
Soy lo
suficientemente consciente para entender que algo así es difícil de entender por muchos. El sólo hecho de
vestirlos, tratarlos como personas o tener un trato preferencial con un animal
es poco entendible. Yo me pregunto por qué. Un perro, o cualquier animal
doméstico, es un ser vivo, con necesidades como todos; tienen hambre, tienen
frío, tienen que orinar, tienen que ejercitarse, se resfrían, se deprimen. Se les
tiene que poner ropa, qué tiene de malo ponerle una camiseta de tu equipo de
futbol favorito, ¿A caso nosotros no nos ponemos camisetas a veces en vez de un
polo? O bueno ya, si les ponemos un polo, qué de malo tiene ponerle uno que
tenga dibujitos o frases “perrunas”. No creo que una celebración de cumpleaños
sea un tema para el programa Tabú de NatGeo.
El menor
de los perrunos, y digamos que mi hijo, se llama Axel y el viernes cumplió 4
años. Es un Jack Russell Terrier cruzado que está algo gordito –bueno, qué
esperan, es Yataco- y es más inteligente que yo. Dicen que las mascotas se
parecen a sus dueños, pues sí, Axel es alérgico a los olores fuertes y a veces
le salen ronchas en la piel, constantemente anda yendo al veterinario para que
le den medicina, o su abuelo le limpia sus heridas en la piel. No come de todo,
le gustan sólo ciertas cosas. Le encanta dormir hasta tarde y cuando está de
mal humor se encierra en el baño y no quiere hablar con nadie. Es resentido,
pero perdona rápido.
Cuando
entro a casa y miro a la derecha para saludarlo, lo veo saltando por encima de
la reja, moviendo su cola y llorando desesperado por entrar a la casa conmigo. Abro
la reja y corre hacia la puerta de la cocina. Cuando entramos, lo primero que
hace es sentarse, porque sabe que voltearé hacia la caja de galletitas y le
daré un premio. Una vez devorada la galleta correrá hacia mi cuarto –que es su
cuarto- y se meterá a la cama empujando todo lo que está en ella. Y me mirará
con esos ojos marrones grandotes que a veces realmente pienso que me están
diciendo algo. Me llenará de besos y se dormirá en mis brazos mientras le doy
palmaditas en el lomo para que se duerma rápido. Él sabe que soy su mamá, sabe
quién es su abuela, dónde queda el cuarto del abuelo, dónde está la oficina y
sabe lo que es vamos a dormir, quédate quieto y pórtate bien.
El viernes
se fue a la veterinaria para su acicalamiento cumpleañero y me fui con mi
asistente a comprar todo para la celebración. Palitos de tocino, galletitas de
cordero, pelotas de colores, cajas de Doki y obviamente para los felices padres
compré olé olé, chizitos, galletas y mandé a hacer unos cakes de chocolate y
vainilla que decían Axel en la envoltura. Estoy segura que a este punto se
están riendo o están diciendo ¡esta chica
está loca! Pero perdón, ¿a tus hijos no les celebras cumpleaños? ¿Tú no
celebras tu cumpleaños? Ya pues, el perro también nació en una fecha y luego de
365 días cumple 1 año más ¿por qué no lo vamos a celebrar?
El sábado
todos felices nos fuimos al Parque Raimondi, que les cuento, que si quiero
hacerle un cumpleaños a lo grande y llevar una mesa para poner los bocaditos,
tengo que pagarle a la Municipalidad de Miraflores S/ 500.00, claro está, una
vez enviada mi carta al organizador de eventos municipal. O sea, no estoy
llevando un estrado, juegos mecánicos, carritos sangucheros como para decir que
estoy haciendo un “evento”. Pero así es, si quiero llevar una mesa ridícula de
2 x 2 para poner la torta de mi perro debo pagar S/ 500.00 así que como buena
peruana llevé todas sus sorpresas y la alimentación dentro de una maletita que
puse debajo de la banca del parque.
Llegaron
mis amigos con sus hijos perros, que también estaban vestidos para la ocasión, con
regalos perros para mi hijo perro y felices recibieron sus sorpresas perras en
cajita de Doki el perro. Y nos dedicamos a correr por el parque, tomar agua de
plato, no alejarnos de la vista de nuestras madres y no morder a nuestros
amigos. Fuimos perrunamente felices y nadie nos juzgó, porque todos los que
estaban en el parque eran padres perros paseando y celebrando con sus hijos
perros.
Si bien
mi hijo perro, como cualquier niño, se marea en el carro y me vomitó todas las
galletas en el brazo y el vestido, no importó todo el drama cuando lo vi caer
rendido en mis brazos de regreso a casa. Despacito entró al cuarto y se echó en
la cama con la cabeza en la almohada, me miró y se durmió. Feliz, después de
haber disfrutado su fiesta de cumpleaños perruno. Ahora, júzgame pues.