Era el verano del 2010, no nos habíamos visto después de un montón de tiempo pero, como siempre, parecía que no era así y que el día anterior nos habíamos encontrado en la universidad y nos reíamos de las locuras que hacíamos en mis fiestas de cumpleaños. El tiempo nunca pasa para nosotros, nos vemos más viejos -sobre todo tú- pero todavía nos sentimos como dos chiquillos aprendiendo a fumar.
Fue el primer martes del año, insististe para que salgamos a bailar. Eso de producirse para ir a una discoteca no es lo mío, me dijiste que no era nada fichón, que bailaríamos salsa en un lugarcillo de Barranco y que, además, conocería a tu grupo de amigos.¿Salsa? ¿Barranco? ¿Nuevos amigos? Ufff, no... Siempre fuimos tú y yo solos, ya de por sí la idea de salir con otras personas me tenía nerviosa. Para variar terminaste convenciéndome y manejé hasta tu casa, hice lo que pude con la producida. Nos subimos a tu carro y pasamos como movilidad escolar por la casa de cada uno de tus amigos y una vez el auto lleno, nos fuimos a bailar.
Mientras escuchábamos algunas salsitas como para calentar, tú te encargabas de contar nuestra historia a los amigos; "nos conocemos desde los 10 años", "No, es desde los 11", "Siempre me equivoco, y ella siempre me corrige". Así era la dinámica, tú siempre contarías la historia mal porque sabías que yo diría que es una total mentira y empezaría un relato verídico. Luego contabas una que otra historia vergonzosa para mí y después de las interminables carcajadas, contabas quién era, qué hacía, siempre echándome más flores de las que merezco. Entonces nos mirábamos, sonreíamos y seguíamos el camino.
Llegamos exacto para la tocada en vivo. Tú, para variar, entraste primero con la mirada en alto y el pecho inflado. Seguro, sonriente, ganador. Yo detrás de ti palteada y mirando a todos lados. Por la derecha las chicas regias brindando con Red Bull, por la izquierda los chicos llenaban la barra pidiendo chela y más allá, la cola interminable del baño. Volteaste a ver si estaba viva y yo solo me reía de nervios, ¡no estaba en mi ambiente! Entonces me agarraste de la mano y cruzamos el mar de gente, tú saludando a todos, yo tratando de no tropezarme. Al fondo, detrás de todo el humo del Dragón, estaba la orquesta, lista para empezar tremenda fiesta.
Chelas van, chelas vienen. Prendo un cigarro y trato de no parecer un bicho extraño en el lugar. Los amigos eran súper divertidos y resultó que eran ellos los ansiosos por conocerme. Tú siempre presentándome llena de flores y adjetivos calificativos que exageran mi persona. Nos reíamos, tomábamos cada vez más, recordábamos y con cada canción noventera gritábamos "¿Te acuerdas?" Y brindábamos por eso único que tú y yo tenemos.
La hora de la verdad llegó. Me agarraste nuevamente de la mano y me llevaste al centro de la pista, justo frente a la orquesta que ya estaba saludando a todos. ¡Ahora resulta que también los conoces! Te saludan, me saludan y empiezan los timbales a marcar el ritmo. Hay un grupo de chicas en slaps, faldas largas de colores y bividís que se mueven como locas balanceando las dos chelas que tienen en las manos. Me di cuenta que todos estaban vestidos "relajados" y que nadie me miraba ni estaba interesado en mirar mi ropa. Respiré, me sentí más tranquila pero miro a las chicas bailar y no tengo idea de cómo hacerlo. Sé bailar, pero no salsa, mucho menos dura. El ritmo aumenta, la gente está hipnotizada bailando, empieza a aumentar el güiro marcando el tiempo y la voz aceitosa del cantante suelta un rugir que a todos vuelve locos. Se volvió una orgía musical ese pequeño salón. Tú detrás de mí bailando y diciéndome cosas al oído que no puedo ni entender. Yo; parada inmóvil.
No tengo idea de cómo se baila esto; te dije ya un poco mareada y riéndome al ver que era la única chica adelante que no bailaba. Te reíste pero sin burlarte de mí y me tomaste de la cintura, balanceándote de un lado a otro despacio y de pronto, empezamos a bailar. Tu guayabera amarilla semi abierta me mataba de risa, parecías un tío cubano con su vaso de ron piropeando chiquillas que pasan por la puerta de su casa... y poco a poco me daba cuenta de que ya levantaba los pies del piso, ya dábamos vueltas, ya bailaba con los ojos cerrados.
A las 3 de la mañana llegó la hora de irnos. Fuimos despacio por la Vía Expresa mientras yo fumaba y no dejaba de hablar sobre lo chévere que la había pasado. Por más que estuvimos horas escuchando salsa, pusimos más música en el carro y tú feliz me contabas la historia de cada cantante, de cada canción. Me hacías entender los tiempos, contabas los pasos, los puentes, los instrumentos. Yo estaba en mi gloria.
Y así nos pasamos todos los martes del verano del 2010. Yo manejaba a tu casa, salíamos en tu carro, recogíamos a los amigos y nos íbamos a bailar salsa durísima hasta no poder más. Cada vez yo bailaba mejor, cada vez nos reíamos más, cada vez todo era más bonito. Luego "se acabaron las vacaciones" y volvimos a la vieja rutina. Nos alejamos, nos reencontramos, nos volvimos a alejar, nos volvimos a encontrar. Cada vez mejores, cada vez con más sabiduría.
Han pasado 10 años y todavía puedo cerrar los ojos y verme ahí en el Dragón, al centro de la pista, bailando y cantando con Cheo nuestra canción favorita "El Pito". Felices 25 años de amistad, recuerda siempre que I'll never go back to Georgia, I'll never go back.