viernes, 29 de junio de 2012

En La Ceguera Y En La Verdad

Cuando estás gileando a alguien y estás en el típico cuestionario sobre tu color favorito, qué películas ves y cuántas relaciones has tenido, siempre sale la frase soy súper honesto, nunca miento y no me gustan las mentiras. El marketing personal es increíble en la primera cita, todos editamos nuestros pensamientos para que nuestras respuestas lleguen sólo con "la verdad" y lo peor viene cuando la otra persona te dice ¿Es en serio? a ver, cuéntame algo que nadie sepa y tú dices ¡Ah!, cuando llueve, me encanta salir y caminar y pensar en la vida. Ni tu mamá te cree eso.

Hace unas semanas en una de mis clases nos dejaron ver una película, Los Ojos de Julia, un thriller psicológico español con la grandiosa Belén Rueda. Para variar mis carismáticas amigas dijeron que era malísima y se burlaron de mis gustos cinematográficos por Facebook. Pero como soy picona -y digo la verdad- no podía quedarme con los brazos cruzados ante "el ataque" y como tampoco me tomaron el examen pues entonces ahora ustedes, mis queridos lectores, pagarán el pato y se comerán mi apreciación.

No quiero hablar de Julia, de su ceguera, de la muerte o del engaño de las situaciones de la vida. Quiero hablar del asesino. ¿A caso tú sabes lo que es ser invisible, pasar por el lado de alguien y que nadie te mire, que se tropiecen contigo? Y mientras escribo esta crónica y recuerdo esta pregunta y en mi mente veo sus ojos vacíos en la oscuridad y llenos de dolor, agonía, ira y venganza, pienso y me quedo sin aire, porque sí, sí sé que es eso y quien no sabe lo que es, estoy segura, ya hubiera dejado de leer estas líneas.





Ser invisible. ¿Nunca han visto esas películas americanas donde el chico lorna está en el gimnasio y es el último en ser elegido para el equipo y que encima el que lo elige pone una cara de por la puta madre y al final es el lorna quien recoge todas las pelotas y aun así está feliz porque es parte del equipo? Y cuando ves esa película comiendo canchita no te cagas de la risa del pobre loser y lo señalas y gritas ¡loser! y tu enamorada o enamorado te dice no te burles ¿Nunca te ha pasado? y tú respondes a mí nunca me ha pasado eso y te sigues carcajeando. A mí una vez me hicieron esa pregunta, la diferencia es que yo no me estaba riendo y nadie en el grupo de amigos que veía la película emitió sonido ante mi respuesta. Nunca más me vieron igual.

Una vez estaba en el colegio y estaban haciendo equipos para los partidos de volley. Yo nunca fui gran deportista, me gustaban los deportes sí, pero siempre fui más gordita que el resto y mi problema bronquial no era de gran ayuda en mi físico. No sé si tenía amigas, no sé si la palabra amiga en ese momento existió o fue comprendida como debería ser comprendida. No recuerdo si éramos muchas, si éramos pocas, si fue un lunes o un jueves, si fue a la hora de educación física o si fue para las olimpiadas. Lo que recuerdo es la cara de por la puta madre de la hija de puta que tuvo que chantarse mi presencia en su equipo.

Junto con la película nos dejaron leer el súper entretenido cuento de Mario Benedetti “Los Pocillos” que trata sobre un ciego cuernudo, la pendejita de su mujer y el sin vergüenza del cuñado y me dijeron que mi análisis estaba ahí no más. Bueno, volviendo a la verdad de mi piconería y que me la agarro con ustedes, haré mi comentario respectivo que va de la mano con la invisibilidad pero del otro lado, del lado de los que no quieren ver lo que pasa frente a sus narices.

No es necesario que tengamos una condición física para que no veamos las cosas que suceden, porque suceden y están ahí y no se irán y cuando las tapamos con un poquito de tierra, o las hundimos bajo un terral, en algún momento el viento se lleva todo y aparecen y cómo las evitas, cómo las vuelves a tapar sin que esto no te atormente. Como la película del niño loser, que la ves en todo momento. Es verdad -otra vez la verdad- tenemos muchas cosas y muchos secretos, no queremos darnos cuenta de nuestros errores y seguimos saliendo con el mismo chico que nos causa dolor, seguimos perdonando al que se tropieza con nosotros y no se disculpa, seguimos frecuentando el mismo trabajo que no nos gusta, comemos grasa cuando nos ataca el colesterol, mentimos, sí, mentimos a los demás y peor aún, a nosotros mismos.

Pedimos honestidad al mundo y mentimos siempre. Pedimos que nos vean, que nos reconozcan y le hacemos la ley del hielo al chico nuevo del trabajo o de la clase porque no lo conozco y se ve medio pavo. Pedimos que nos escuchen, que nos entiendan, que se pongan en nuestro lugar y cuando nos piden un almuerzo para conversar, un mensaje de texto o simplemente ir a un paseo familiar, decimos que estamos muy ocupados o que tenemos muchas cosas en qué pensar como para cargarte con otras. Soy honesta, al menos esta vez. Porque todos somos ciegos y todos somos invisibles y el que diga que cuando llueve le gusta salir, caminar y pensar en la vida, es un huevón. Ésa, es la verdad.