Cuando mis padres están fuera del país yo me
quedo como dueña y señora de la casa y debo velar por mi bienestar, el de mi
hermano y nuestros cuatro perros. Pero claro, no podemos hacernos los locos y
pasar por alto mi pasión desenfrenada por los deliverys, el hecho de que sólo
sé cocinar 3 platos y que me llega cocinarle a mi hermano. ¿Cómo haríamos para
sobrevivir? Esa mañana me levanté diferente, me dieron ganas de cocinar, de
comprar cositas para la casa, de limpiarla. Esa mañana, me decidí a ir a Wong.
Mi auto aún estaba vivo, pero moribundo como
siempre. La noche anterior lo había dejado en la parte de arriba del
estacionamiento, y al bajar la pequeña subida dejé el parachoques colgando sólo
de un tornillo (son cuatro). No me quedaba otra que agarrar masking tape y
tratar de sostenerlo como mejor pudiera. Sí, masking tape. Y era color beige. Además,
los que me conocen saben que no me peino, tenía el cabello mal amarrado, me
puse el jean roto y un polo cualquiera. No era el look preciso para ir a Wong
de La Planicie a la 1:00 de la tarde.
Mi pequeño auto se perdía entre las RAV y las
Land Rover; parecía que en ese momento tener un auto de marca y deportivo no
importaba. No estaba lavado, había masking tape beige en el parachoques y la
chofer despeinada. Pero aun así
con la cabeza en alto, logré pasar por el callejón oscuro hacia el
estacionamiento; me abrí paso entre la gente, tomé mi carrito y entré.
Hay tres tipos de familia que van a Wong los
domingos: los regios, los semi regios y los no tan regios. Empecemos con
los regios: mamá tiene una cintura envidiable, su rostro se mueve difícilmente
pues el botox y las cremas rejuvenecedoras no se lo permite, no pasan de los 45
años, busto y derriere en su lugar (o más arriba) vestidas como si fueran a una
fiesta o un almuerzo en algún club; botas hasta la rodilla, jeans de marca con
pedrería, cinturón ancho y blusa o polo de algodón lycrado dentro del pantalón.
¡O sea, te refriegan en tu cara que no tienen ni un gramo de grasa! Lentes
oscuros, rubias bronceadas o trigueñas con iluminación.
Así va la cadena: ellas adelante con la cartera
Dior en el codo y el blackberry en la mano. Detrás la cocinera -ojo, es
diferente a la nana- quien lleva el carrito y la lista de cosas para comprar.
Detrás la hija mayor versión mini de la mamá, luego la nana y luego los otros 2
ó 3 critters gritando en inglés. Porque ellos no hablan español, obviamente. ¿Y
papá dónde está? Comprando la carne para la parrilla dominguera en casa de los Romero
Berckemeier.
Yo avanzo como puedo entre la gente, tengo un celular
en la mano pero no es un blackberry, mi cartera es de "gamarrein
couture", no uso polos lycrados ni cagando y no uso correa porque no
encuentro una que me quede. Soy trigueña de cabello negro y ese mes no pude
comprar mis lentes de contacto de color. Soy común. No me queda otra que sonreír
y poner pan en mi carrito.
Los semi regios están constituidos por madres que
dejan a sus crías en casa con el marido, quien obviamente los deja desatendidos
y la pobre y desamparada madre debe hacer las compras, sola. Ella recibe constantes
llamadas en su blackberry sobre temas de coyuntura nacional: no pegarle el
chicle a la hermana, cuadras las vacaciones en Cancún antes de las vacaciones
en Grecia, no mandar a los hijos a casa del amiguito con porcina. Ellas también
me miran mal y creen que soy la hermana de alguna de sus 20 nanas todo porque
saliendo del carro me puse una chompita blanca.
Los no tan regios son los peores, los padres
que creen que domingo significa ¡Vamos a pasear a Wong! Van con los 4 hijos, la
mamá, la suegra, la prima o primo -que se queda el fin de semana- y de paso se
ofrecieron a cuidar al vecinito. Papá va adelante con sus bermudas blancos y
sus medias hasta la canilla. Mamá viene detrás comprando todo y eligiendo sólo
las ofertas. Ella tiene más de 40, sus cremas rejuvenecedoras son Nivea y está
un poco gordita; vestida en jean y un blusón. Mientras tanto, los engendros
quieren que compre cereal Cocoa Puffs, pero ella compra cereal Ángel. Se pelean
por comer el queso Bonlé que invitan, el vino, la jamonada y el tamal. ¡Encima
piden dos! Por si fuera poco, de la manera más conchuda también me miran de
manera rara; todo porque no distingo el culantro del perejil.
Las cajas están llenas y pareciera que todos se
conocen, todos se saludan y hablan de las parrilladas a donde irán, a las que
fueron y obviamente las que planean en ese momento. Por fin es hora de pagar y
salgo de ahí corriendo. Las miradas aún me crucifican hasta que, por fin, saco
mi auto del estacionamiento y veo las letras Wong desaparecer en mi retrovisor,
me siento libre. Lamentablemente la paloma que me dejó un regalo en el
parabrisas no pensó lo mismo.