Después de esperar más de 40 minutos en Tottus a mi madre, escuchar los mismos boleros en el carro de mi padre, recibir una papeleta y manejar más de 1 hora, por fin llegamos. Av. Los Eucaliptos. La casa de nuestra segunda mamá; la que nos sigue engriendo, malcriando y dando los mejores consejos de la vida. La casa de mi Lala.
Esta vez cuando entré por las rejas blancas todo fue diferente. Miré hacia atrás y en el parque me vi; con mis dos colas, mi cerquillo horrible, las rodillas raspadas y mi bicicleta naranja. A mi lado mis primas mayores y sus amigas, siempre listas para recorrer las calles de Ventanilla, contarnos secretos, rajar de las otras chicas, quedarnos hasta tarde montando bicicleta sin que nadie nos diga nada. Recordé cómo cerca de las 5 salía mi Lala y nos llamaba para el lonche; un pan francés caliente con mantequilla y a mí, siempre mi leche con Milo.
Luego vino el garaje, el cual nos servía de escondite cuando no estaba la reja, en esos días interminables de febrero cuando los carnavales no tenían horario ni reglas. Los amigos de mis primas eran mayores y nos perseguían hasta ahí para tirarnos globos. Yo era la más lorna. Mi tío nos miraba, se reía y en la noche nos llevaba a comer un anticucho más abajo en la calle, siempre repitiendo "cuidado con las bicicletas"
La cumpleañera me esperaba en su sillón, siempre bien arreglada, siempre sonriente. Me encanta cómo se emociona cuando me ve llegar. Me agacho para abrazarla, me mira con sus ojitos brillantes y me dice cómo está mi chiquita. Me agarra de las manos y las dos hacemos la movidita de hombros característica de nuestros encuentros, celebrando que Dios nos da la oportunidad de estar juntas una vez más. Y luego, como de costumbre, vendrá el comentario sarcástico.... ¡Bien flaquita te veo eh!
La cocina sigue siendo la de siempre; los reposteros celestes, las ollas plomas, los vasos con flores dibujadas, el sapo de plástico en la parte de arriba, la mesa rectangular por donde perseguíamos a mi prima chiquita y por donde la prima más grande nos perseguía. Es como si pudiera oler los choclos con anís cocinándose. El helado de fresa llegando a su punto en el recipiente de metal. El delicioso pollo al horno en mi plato con arroz y papa sancochada.
Esta vez mi papá fue con nosotros y entró a ver cómo estaba la casa. Después de tantos años parece que fuera otra casa pero para mí es la misma. Yo sigo viendo al fondo la chacrita donde tenía un árbol de algodón, cuyes, patos y un montón de pollitos. Cada vez que yo iba, ella siempre tenía pollitos nuevos para que yo pensara que eran los mismos y que estarían ahí por siempre. Claro que nunca relacioné el pollo al horno con ellos. Pero estaban ahí y yo los veía igualitos.
Puse a cargar mi celular en el cuarto de mi tío. Parece que el poster de Guns N Roses de mi prima sigue colgado en la pared. La camita comodoy estaba lista para que yo pueda dormir ahí. Por una puerta mis tíos nos daban las buenas noches y por la otra nos escapábamos al segundo piso en construcción para probar nuestro primer cigarro o robarnos un traguito de algarrobina de la refri mientras le decíamos a mi primita que no nos delate con la Lala.
Pusimos toda la comida en la mesa, nos tomamos fotos, agradecimos el estar juntos celebrando un año más y luego, oficialmente, nos dedicamos a tragar. Mi Lala comió su porción de causa de pollo, un pedazo de pizza y dos wantanes, acompañados obviamente con su vaso con coca cola. La ayudo a sentarse, le pongo su trapito en el cuello para que no se ensucie y qué feliz la veo meter su wan tan en la salsa, raspar con el tenedor la mayonessa de la causa y sacarle el jamón a la pizza para comerlo solito. Me encanta verla. Ella me mira y me sonríe, como si fuéramos cómplices encerdantes y felices al comer.
Llegó la hora del mueble y ni mi padre pudo resistirse ante sus encantos. Simplemente te absorbe te sientas en él y en dos minutos estás durmiendo la mejor dormida de tu vida. Lo raro, es que ese mueble era nuestro y cuando lo teníamos nunca le dimos bola. Es que en la casa de mi Lala todo es especial, hasta el mueble.
Nos abrazamos para despedirnos y me siento otra vez con mis dos colas, mi cerquillo horrible, mis rodillas raspadas y mi bicicleta naranja. No me quiero ir a mi casa, me quiero quedar las vacaciones aquí, en la Av. Eucaliptos, frente al parque, con mi bicicleta y visitando a mis pollitos. Con mi abuela de la vida, a quien amo y admiro, a quien le dedico estas líneas y le deseo un feliz 93 cumpleaños.
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