Cuando
estás gileando a alguien y estás en el típico cuestionario sobre tu color
favorito, qué películas ves y cuántas relaciones has tenido, siempre sale la
frase soy súper honesto, nunca
miento y no me gustan las mentiras. El marketing personal es increíble en
la primera cita, todos editamos nuestros pensamientos para que nuestras
respuestas lleguen sólo con "la verdad" y lo peor viene cuando la
otra persona te dice ¿Es en
serio? a ver, cuéntame algo que nadie sepa y tú dices ¡Ah!, cuando llueve, me encanta
salir y caminar y pensar en la vida. Ni tu mamá te cree eso.
Hace unas semanas en una de mis clases nos dejaron ver una
película, Los Ojos de Julia, un thriller psicológico español con la grandiosa
Belén Rueda. Para variar mis carismáticas amigas dijeron que era malísima y se
burlaron de mis gustos cinematográficos por Facebook. Pero como soy picona -y
digo la verdad- no podía quedarme con los brazos cruzados ante "el
ataque" y como tampoco me tomaron el examen pues entonces ahora ustedes,
mis queridos lectores, pagarán el pato y se comerán mi apreciación.
No quiero hablar de Julia, de su ceguera, de la muerte o del
engaño de las situaciones de la vida. Quiero hablar del asesino. ¿A caso
tú sabes lo que es ser invisible, pasar por el lado de alguien y que nadie te
mire, que se tropiecen contigo? Y mientras escribo esta crónica y recuerdo esta
pregunta y en mi mente veo sus ojos vacíos en la oscuridad y llenos de dolor,
agonía, ira y venganza, pienso y me quedo sin aire, porque sí, sí sé que es eso
y quien no sabe lo que es, estoy segura, ya hubiera dejado de leer estas
líneas.
Ser invisible. ¿Nunca han visto esas películas americanas donde el
chico lorna está en el gimnasio y es el último en ser elegido para el equipo y
que encima el que lo elige pone una cara de por
la puta madre y al final es el lorna quien recoge todas las pelotas y aun así está feliz porque es parte del equipo?
Y cuando ves esa película comiendo canchita no te cagas de la risa del pobre
loser y lo señalas y gritas ¡loser! y tu enamorada o enamorado te dice no te burles ¿Nunca te ha pasado? y tú respondes a mí nunca me ha pasado eso y te sigues carcajeando. A mí una vez
me hicieron esa pregunta, la diferencia es que yo no me estaba riendo y nadie
en el grupo de amigos que veía la película emitió sonido ante mi respuesta.
Nunca más me vieron igual.
Una vez estaba en el colegio y estaban haciendo equipos para los
partidos de volley. Yo nunca fui gran deportista, me gustaban los deportes sí,
pero siempre fui más gordita que el resto y mi problema bronquial no era de
gran ayuda en mi físico. No sé si tenía amigas, no sé si la palabra amiga en
ese momento existió o fue comprendida como debería ser comprendida. No recuerdo
si éramos muchas, si éramos pocas, si fue un lunes o un jueves, si fue a la
hora de educación física o si fue para las olimpiadas. Lo que recuerdo es la
cara de por la puta madre de la hija de puta que tuvo que
chantarse mi presencia en su equipo.
Junto
con la película nos dejaron leer el súper entretenido cuento de Mario Benedetti
“Los Pocillos” que trata sobre un ciego cuernudo, la pendejita de su mujer y el
sin vergüenza del cuñado y me dijeron que mi análisis estaba ahí no más. Bueno,
volviendo a la verdad de mi piconería y que me la agarro con ustedes, haré mi
comentario respectivo que va de la mano con la invisibilidad pero del otro
lado, del lado de los que no quieren ver lo que pasa frente a sus narices.
No es
necesario que tengamos una condición física para que no veamos las cosas que
suceden, porque suceden y están ahí y no se irán y cuando las tapamos con un
poquito de tierra, o las hundimos bajo un terral, en algún momento el viento se
lleva todo y aparecen y cómo las evitas, cómo las vuelves a tapar sin que esto
no te atormente. Como la película del niño loser, que la ves en todo momento. Es
verdad -otra vez la verdad- tenemos muchas cosas y muchos secretos, no queremos
darnos cuenta de nuestros errores y seguimos saliendo con el mismo chico que
nos causa dolor, seguimos perdonando al que se tropieza con nosotros y no se
disculpa, seguimos frecuentando el mismo trabajo que no nos gusta, comemos
grasa cuando nos ataca el colesterol, mentimos, sí, mentimos a los demás y peor
aún, a nosotros mismos.
Pedimos
honestidad al mundo y mentimos siempre. Pedimos que nos vean, que nos
reconozcan y le hacemos la ley del hielo al chico nuevo del trabajo o de la
clase porque no lo conozco y se ve medio
pavo. Pedimos que nos escuchen, que nos entiendan, que se pongan en nuestro
lugar y cuando nos piden un almuerzo para conversar, un mensaje de texto o
simplemente ir a un paseo familiar, decimos que estamos muy ocupados o que
tenemos muchas cosas en qué pensar como para cargarte con otras. Soy honesta,
al menos esta vez. Porque todos somos ciegos y todos somos invisibles y el que
diga que cuando llueve le gusta salir, caminar y pensar en la vida, es un huevón. Ésa,
es la verdad.
Wow que bueno! lo lei TODO!
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