domingo, 5 de agosto de 2012

Amores Perros


La verdad no me importa si me juzgan. Yo no juzgo a nadie pero tampoco puedo esperar que no lo hagan conmigo. Trato de no hacer cosas que sean posiblemente juzgables para evitar pasar malos ratos de explicaciones y de hacer cara a otras personas; pero cuando vas a una tienda de fiestas y pides cajas, platos, servilletas y juguetes para la celebración del cumpleaños de tu perro, es muy difícil que no te juzguen. Pero como dije al inicio, la verdad, no me importa.

Soy lo suficientemente consciente para entender que algo así es difícil de entender por muchos. El sólo hecho de vestirlos, tratarlos como personas o tener un trato preferencial con un animal es poco entendible. Yo me pregunto por qué. Un perro, o cualquier animal doméstico, es un ser vivo, con necesidades como todos; tienen hambre, tienen frío, tienen que orinar, tienen que ejercitarse, se resfrían, se deprimen. Se les tiene que poner ropa, qué tiene de malo ponerle una camiseta de tu equipo de futbol favorito, ¿A caso nosotros no nos ponemos camisetas a veces en vez de un polo? O bueno ya, si les ponemos un polo, qué de malo tiene ponerle uno que tenga dibujitos o frases “perrunas”. No creo que una celebración de cumpleaños sea un tema para el programa Tabú de NatGeo.

El menor de los perrunos, y digamos que mi hijo, se llama Axel y el viernes cumplió 4 años. Es un Jack Russell Terrier cruzado que está algo gordito –bueno, qué esperan, es Yataco- y es más inteligente que yo. Dicen que las mascotas se parecen a sus dueños, pues sí, Axel es alérgico a los olores fuertes y a veces le salen ronchas en la piel, constantemente anda yendo al veterinario para que le den medicina, o su abuelo le limpia sus heridas en la piel. No come de todo, le gustan sólo ciertas cosas. Le encanta dormir hasta tarde y cuando está de mal humor se encierra en el baño y no quiere hablar con nadie. Es resentido, pero perdona rápido.

Cuando entro a casa y miro a la derecha para saludarlo, lo veo saltando por encima de la reja, moviendo su cola y llorando desesperado por entrar a la casa conmigo. Abro la reja y corre hacia la puerta de la cocina. Cuando entramos, lo primero que hace es sentarse, porque sabe que voltearé hacia la caja de galletitas y le daré un premio. Una vez devorada la galleta correrá hacia mi cuarto –que es su cuarto- y se meterá a la cama empujando todo lo que está en ella. Y me mirará con esos ojos marrones grandotes que a veces realmente pienso que me están diciendo algo. Me llenará de besos y se dormirá en mis brazos mientras le doy palmaditas en el lomo para que se duerma rápido. Él sabe que soy su mamá, sabe quién es su abuela, dónde queda el cuarto del abuelo, dónde está la oficina y sabe lo que es vamos a dormir, quédate quieto y pórtate bien.

El viernes se fue a la veterinaria para su acicalamiento cumpleañero y me fui con mi asistente a comprar todo para la celebración. Palitos de tocino, galletitas de cordero, pelotas de colores, cajas de Doki y obviamente para los felices padres compré olé olé, chizitos, galletas y mandé a hacer unos cakes de chocolate y vainilla que decían Axel en la envoltura. Estoy segura que a este punto se están riendo o están diciendo ¡esta chica está loca! Pero perdón, ¿a tus hijos no les celebras cumpleaños? ¿Tú no celebras tu cumpleaños? Ya pues, el perro también nació en una fecha y luego de 365 días cumple 1 año más ¿por qué no lo vamos a celebrar?

El sábado todos felices nos fuimos al Parque Raimondi, que les cuento, que si quiero hacerle un cumpleaños a lo grande y llevar una mesa para poner los bocaditos, tengo que pagarle a la Municipalidad de Miraflores S/ 500.00, claro está, una vez enviada mi carta al organizador de eventos municipal. O sea, no estoy llevando un estrado, juegos mecánicos, carritos sangucheros como para decir que estoy haciendo un “evento”. Pero así es, si quiero llevar una mesa ridícula de 2 x 2 para poner la torta de mi perro debo pagar S/ 500.00 así que como buena peruana llevé todas sus sorpresas y la alimentación dentro de una maletita que puse debajo de la banca del parque.

Llegaron mis amigos con sus hijos perros, que también estaban vestidos para la ocasión, con regalos perros para mi hijo perro y felices recibieron sus sorpresas perras en cajita de Doki el perro. Y nos dedicamos a correr por el parque, tomar agua de plato, no alejarnos de la vista de nuestras madres y no morder a nuestros amigos. Fuimos perrunamente felices y nadie nos juzgó, porque todos los que estaban en el parque eran padres perros paseando y celebrando con sus hijos perros.

Si bien mi hijo perro, como cualquier niño, se marea en el carro y me vomitó todas las galletas en el brazo y el vestido, no importó todo el drama cuando lo vi caer rendido en mis brazos de regreso a casa. Despacito entró al cuarto y se echó en la cama con la cabeza en la almohada, me miró y se durmió. Feliz, después de haber disfrutado su fiesta de cumpleaños perruno. Ahora, júzgame pues.

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