Mi
nombre completo es Cinthya María de Fátima, mi madre me puso ese nombre porque
se suponía que debí nacer el 13 de mayo, pero como desde mi nacimiento siempre
voy en contra de lo que ella dice, nací el 30 de abril. Día del psicólogo. Ella
es psicóloga. Me pusieron Cinthya por una Miss Perú que era conductora de
noticias en la época de los 80’s. Nunca me gustó ese nombre, siempre en el
colegio había otras Cinthyas y yo me sentía alguien del montón, mi nombre era
común y yo no resaltaba mucho entre mis compañeros, así que siempre me
disgustó. Cuando mi madre me guardaba comida le ponía una servilleta encima que
decía Cindy, yo odiaba que hiciera eso porque no soportaba mi nombre. Tenía que
dejar de llamarme así.
Mi
época de colegio no fue tan memorable, siempre escucho a todos decir que les
encantaría regresar al colegio. Yo me pregunto ¡Por qué! Nunca me gustó, no sé
si mis recuerdos son buenos en su mayoría. Por un lado tenía buenas notas, los
profesores me querían, trataba de participar en las actividades, estuve en la
banda del colegio, en el club de turismo, ganaba los juegos florales en
literatura, escribí y di el discurso de graduación… y por otro lado tenía y no
tenía amigos, mi popularidad se basaba en que todo el colegio se burlaba de mí,
era la más gordita de las chicas, tenía una sola ceja y todavía no había
conocido la crema para peinar. Era súper lorna. La verdad es que nunca me quejé
o me peleé o lloré; simplemente tuve una no tan buena experiencia escolar.
Por
eso cuando ingresé a la USIL en el año 2000 decidí no usar más el nombre
Cinthya; empecé a ser Fátima. A Fátima nadie la conocía, nadie sabía cómo fue
en el colegio, nadie sabía qué amistades tuvo, qué problemas tuvo ni nada; era
una persona completamente nueva podía ser quien yo quisiera ser. Aprendí que no
debo tener una sola ceja, me cambié el color de cabello, me compré ropa nueva,
me empecé a maquillar y a la mitad de mi primer ciclo de la carrera de
Ingeniería Informática yo era una de las chicas más populares de la facultad.
Todos mis amigos eran mayores que yo y era divertido, recién ahí aprendí lo que
era salir a tomar una tarde con tus amigos, las típicas chelas en la Rotonda,
jugar billar en los huecos entre clase y clase, entrar a laboratorio de física
borracha y a las clases de los sábados 7am con una resaca fenomenal. Las
fiestas de fin de parciales en The Piano y fin de finales en El Muelle Uno.
En
esa época yo tenía un enamorado, se llamaba Javier, lo conocí cuando estuve en
5to de secundaria y estuvimos juntos más de 1 año. Él es menor que yo así que
mientras yo era la cachimba popular, él estaba todavía en el colegio y se
volvió muy complicada la relación, sobre todo cuando iba a recogerme a la
universidad en su uniforme. Él fue mi primer enamorado y podría decir que fue
una relación muy linda, fue el primer chico que llevé a mi casa a conocer a mis
papás, lo querían, lo aceptaban, mis hermanos lo molestaban y eso era muy
bueno, era parte de mi familia y para mí eso fue muy importante porque dentro
de todo somos una familia que conserva todavía ese formalismo y tradición. No
llevamos a cualquier persona a nuestra casa.
Soy
muy enamoradiza, me ilusiono con facilidad y soy asquerosamente cariñosa y
melosa. Me imagino que eso es porque mis padres siempre me engrieron mucho,
además que soy la última de 6 hermanos, así que nunca me faltó cariño ni
atención. Mis hermanos siempre cuidaron de mí y siempre me enseñaron cosas
importantes en la vida; por ejemplo me enseñaron a escuchar The Police, a
montar bicicleta, a comer sanguchón, a ser siempre detallista y perfeccionista,
a tirarme un chancho y salir corriendo y sobre todo, me enseñaron a convencer a
mi papá de salir a comer algo rico cuando él no le hacía caso a nadie.
Mi
hermana mayor siempre estuvo conmigo, compartíamos cuarto y secretos, ella me
lleva 16 años y yo le decía Mamá Gisse. Cuando nos peleábamos yo ponía una
cuerda entre su cama y la mía para que ella no pueda pasar a mi lado, pero la
puerta del cuarto estaba ahí así que ella en sed de venganza se tiraba encima
de mi cama para salir o entrar. Teníamos siempre una caja de Sorrentos
escondida debajo de su cama y como ella tenía televisor, veíamos las películas
de estreno de Función Estelar siempre juntas. Ella me enseñó a escribir sin
faltas ortográficas, a usar Lotus, a depilarme las cejas, cantar las canciones
de Guillermo Dávila y fue quien me explicó de dónde vienen los bebés. Ella
formó mucho mi carácter de dedo chinchoso que jode y jode cuando algo no está
bien, porque siempre todo puede estar mejor, siempre todo puede estar
excelente.
En
el verano del 99 mi hermana me invitó a pasarlo con ella en Virginia, donde
vive con su familia. Ahí tuve mi primer trabajo en una lavandería; como ella se
iba a casar tenía que salir muchas veces a ver las cosas así que me quedaba yo
sola en la tienda. Ahí empecé a hacer cosas que no hacía en casa y que jamás
pensé hacer, empezando que tenía que lavar ropa de otras personas, limpiar los
baños, trapear el piso y arreglar las máquinas cuando se malograban. Mi mamá
decía que tenía que aprender a hacer de todo y que limpiar el piso no me hacía
menos que nadie. Ese trabajo fue muy divertido, conocí a personas muy buenas,
aprendí a separar la ropa blanca de la roja, a usar suavizante y a tener un
contacto directo con el cliente. Aprendí a tratar con personas de otra cultura,
otro país, otras costumbres y sobre todo otra educación. Muchos latinos iban a
lavar su ropa ahí, sobre todo de centro américa. La gran mayoría era muy sucia,
desordenada y grosera, los hombres eran muy atrevidos y ostentosos. Una vez un
señor me dijo que en su país se saludaban con un beso en la boca y yo le dije
que en mi país si alguien hacía eso le sacábamos la mierda. Nunca volvió. A mí
me suspendieron.
Desde
ahí, empecé a viajar todos los veranos para trabajar con mi hermana. Ella
después consiguió un trabajo en una empresa importante y me jaló al
departamento de contabilidad como su asistente. Al inicio todo era archivar,
llevar, firmar, hacer café y después, poco a poco empecé a hacer cosas nuevas y
el dueño de la empresa vio mi capacidad así que me llevó a trabajar
directamente con él. Como siempre he tenido que ser la mejor en todo, era la
mejor asistente y el reconocimiento es algo que siempre se siente bien, que
alguien te diga que eres la mejor, que cuando te vayas no será lo mismo, que no
tienes reemplazo, son cosas que te elevan el ego y es muy difícil bajar. Cuando
te equivocas crees que el mundo se te viene encima, te vuelves intolerante al
fracaso, no concibes la idea de haber cometido un error. Con ellos aprendí que
es bueno equivocarse, que es bueno aprender de los tropiezos y que uno siempre
puede ser mejor cada día. Mi jefe es nicaragüense pero nunca me habló en
español porque decía que yo tenía que mejorar mi inglés y que nunca lo lograría
si no lo practicaba, así que aprendí a hablar de negocios en el idioma del tío
Sam.
Uno
de esos veranos mi hermana salió embarazada y decidí quedarme con ella los 9
meses para ser la madrina de mi sobrino. Como ella tenía mucho malestar tuve
que aprender a cocinar para que podamos comer. Yo era muy inútil a pesar de mi
breve paso por la lavandería, no me gustaba cocinar y no era nada divertido
vivir con una embarazada con hormonas revueltas que vomitaba al oler mi arroz
con pollo. Aprendí a la mala a preparar la comida que no me gusta pero que sí
otros desean comer, aprendí a ser paciente y ponerme en el lugar de otras
personas, a consolar a quien no se siente bien y a comprender a los demás
cuando hacen algo y no se dan cuenta que lo hacen. Aprendí a olvidar rápido y
ver las cosas bonitas de la vida, lo importante era que mi sobrino iba a nacer
y yo iba a estar ahí para él. Le perdí el asco a los pañales sucios y los
vómitos de leche avinagrada y hasta podría decir que le perdí un poco el miedo
a la maternidad, para mí mi sobrino es como mi hijo y me gusta ser la tía que
sabe hablar inglés y español, que sabe jugar nintendo y sabe tirarse los
mejores chanchos del mundo. Soy su heroína.
Volviendo
a mi infancia, siempre me gustó bailar y cantar, según mi madre ella pensaba
que yo de grande sería artista, pero lo que pasaba es que no me gustaba hacerlo
frente a otras personas, tenía pánico escénico terrible. Mi papá me enseñó a
querer la música, él se sentaba en el cuarto de mis hermanos, que estaba al
fondo, y se ponía a tocar guitarra y a cantar boleros. Yo me metía y me ponía a
bailar mientras él cantaba Angelitos Negros, siempre me acuerdo de ese momento
porque nosotros, si bien tenemos una buena relación, nunca hemos sido muy
cercanos y ese momento era mucho más grande que sentarnos y tener una
conversación, era un momento mágico. Cuando él se iba yo me sentaba en la
escalera y sólo bajaba cuando él subía y me acompañaba, me llevaba mi taza con
leche chocolatada en las mañanas y en las noches, mientras me contaba un cuento
para dormir. El favorito era Pinocho, nos lo sabíamos de memoria y siempre nos
burlábamos del viejo Gepetto. Yo tenía un cuento que se llamaba El Cuerpo de
Toñito y mi papá siempre se detenía en la parte de las diferencias físicas
entre niños y niñas… Toñito no estaba “bien dotado”.
A
pesar que él me leía cuentos nunca fui buena en letras y es raro porque siempre
me gustó escribir poesía. Mi profesor de literatura se sentaba horas conmigo
revisando mis textos y nos gustaba leer cuentos griegos. Yo sufría al momento
de estudiar o cuando nos dejaban libros grandes, no entendía nada y no sabía
por qué no me podía concentrar. Nunca supe que tenía déficit de atención, mis
papás ni sabían qué era eso, decían que tenía que estudiar más, que no le ponía
el esfuerzo necesario. Como dije, tenía buenas notas pero tuve que tener
profesor particular de física porque no lograba concentrarme con las fórmulas.
Yo adoro las matemáticas, estudié ingeniería porque mi padre es ingeniero.
Cuando había los apagones del terrorismo, nuestra diversión era resolver
problemas del Baldor, mientras más resolvía mi papá se sentía más orgulloso de
mí. Los números tienen un encanto irresistible, a diferencia de las letras,
nada se queda en la interpretación, nunca se duda si se dijo bien, si se
entendió o como diría un comunicador, si el mensaje llegó bien. El número es el
número y ya, no tiene otro significado, todo tiene una respuesta única, hay
varias formas de llegar a ella pero al final la respuesta es sólo una. 2 + 2 es
4 y eso no cambiará.
Ahora
que soy adulta, mi relación con mi padre tiene sus altas y bajas, sé que él
espera mucho de mí porque siente que puedo dar el triple de lo que doy, claro
que no me lo dice de esa manera, pero yo sé que él sabe que es así. Digamos que
nuestra comunicación no es de preguntarnos cómo estamos, qué tal nuestro día o
cómo vamos en nuestras vidas, no nos gusta el drama, las cosas complicadas o
los momentos tensos, ambos huimos de los conflictos, somos prácticos, así que
en vez de ponernos a analizar por qué nuestra relación es como es nos ponemos a
ver videos del negro mama en YouTube. Los dos tenemos la facilidad de hacer
voces, así que mientras él imita a Portola, yo imito al Negro Mama y nos
aprendemos de memoria los diálogos. Nos ponemos a ver El Padrino y nos reímos a
carcajadas diciendo “deja la pistola, toma el cannoli”. Ése es nuestro momento
mágico.
Mis
padres son bastante mayores, mi mamá tiene 69 y mi papá 73. Las diferencias en gustos,
creencias y valores son distintas. Ambos han aprendido a entender a mi
generación porque claro, pasaron por mis cinco hermanos primero y aprendieron
con ellos, por eso conmigo son más tolerantes, pero también es complicado
porque siendo la última de seis hermanos, mis padres esperan que yo salga “sin
errores”, que yo logre lo que ellos no lograron y sea lo que ellos no son y
encima que sea como mis padres esperan que sea. Yo soy perfeccionista por eso
también, porque siempre sentí que debía ser perfecta, siempre la mejor alumna,
la mejor hija, la mejor hermana, la mejor esposa… y ya con el tiempo, con la
edad y la madurez, empecé a pensar cuál es el criterio de la mejor en esto o
aquello. ¿Qué es ser la mejor hija? Mis padres tenían un concepto, mis amigos
tenían otro, los padres de mis amigos tenían otro y yo tenía uno completamente
diferente, entonces para yo ser la mejor hija que mis padres querían que fuese
yo debía ser algo que yo no creía que era lo acertado. Estaba muy encerrada en
las etiquetas y los estereotipos, las niñas deben comportarse de cierta manera,
deben saber cocinar, deben salir con un banquero, con un ingeniero, que sea
hijo de tal y tal, que sea independiente y si es extranjero mejor, deben
casarse por la iglesia y tener una gran recepción. Las niñas no hacen box, las
niñas hacen yoga.
Cuando
me rebelé empecé a buscar mi identidad a pensar qué cosas me gustaban, qué
quería hacer, quién quería ser. Empecé por vestirme diferente con cosas que a
mí me gustaran y no que sean cosas a la moda, seguí cambiando el color de mi
cabello, pasé de morena a rubia a pelirroja, con iluminación con mechas, largo,
corto y volví a ser morena y volví a ser rubia. Me hice mi primer tatuaje y le
demostré a mis papás que los tatuajes no eran sólo de pandilleros o de vagos. Empecé
a estudiar comunicaciones, a componer música, a bailar y a ser feliz. Empecé a
saber quién era. Ya no me molestaba que me dijeran Cinthya o que me pongan
Cindy en la servilleta encima de mi plato de comida, porque el hecho de ahora
usar Fátima como primer nombre no me hace que deje de llamarme Cinthya ni que
deje de ser lo que fui porque por eso estoy aquí.
Ahora
estudio comunicaciones, tengo 8 tatuajes (el último es la cara de mis padres
cuando eran jóvenes y vaya sorpresa que fue mi mamá quien lo limpió y cuidó de
posibles infecciones) planeo tener un hijo el próximo año, así no me haya
casado y no porque “se me pase el tren” o porque esté a puertas del club de los
30, si no porque no quiero tener tanta diferencia de edad con mis hijos así
como mis padres la tienen conmigo. No sé si me casaré con la boda de ensueño
que mis padres esperan porque todavía no sé si eso es lo que yo realmente
quiero; lo que sé es que graduarme será la primera cosa que termine en mi vida
y después de eso empezará la verdadera diversión.
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