Una mañana me levanté y fui a la cocina buscando comida. Usualmente me hago el desayuno antes que mis papás así que aproveché en sacar la papaya, calentar el pan y ver qué podía chorearme de la comida "premium" de mi señor padre. Sin embargo, a la mitad de mi batida de huevos y con la sartén bien caliente, noté que algo no estaba bien. Algo no estaba como siempre.
Silencio. La casa estaba en completo silencio. ¿Mamá? ¿Papá? Nada. Silencio. Ni siquiera los perros ladraban, ni siquiera la cosa para los bichos que ponen en el enchufe sonaba con ese ruido tan agudo espantoso que me rompe los oídos. (Nota mental: se supone que solo las ratas escuchan ese ruido y se alejan... Conclusión: soy rata)
Lo más extraño es que los pájaros no cantaban. Acompáñenme en este cuento de amor humano-animal... cuando yo entraba a la cocina en las mañanas una pareja de pajaritos negros, bautizados como LOS CUERVOS por mi padre, se paraba en el borde de la casa exactamente frente a la ventana de la cocina y empezaban a cantar de manera insistente. El chiste al principio era que venían a darme los buenos días, pero no, no señores; la verdad es que Los Cuervos llegaban a pedir su comida.
Mi papá bajaba apresurado ante este reclamo con tan dulce melodía y les ponía migajas de pan en el borde. Ésa era la rutina todas las mañanas y los putos pájaros no se callaban hasta que el señor saliera con sus migajas.
¡Pero en toda historia siempre hay un enemigo! Las pinches palomas. ¡Ah! Palomas del mal, todas grandotas metiéndose con la comida de unos pajaritos. Llegaban todas alborotadas y los botaban, se tragaban todo y luego; cuando les poníamos más comida, regresaban y así una y otra y otra y otra vez. Algo teníamos que hacer y necesitábamos la ayuda de alguien con una inteligencia súper extrema; necesitábamos a un ingeniero.
Volviendo entonces a esa mañana creepy. Ante el terrible silencio salí temerosa hacia la terraza a ver a mis perros. La escena que encontré fue alucinante.
"Morena, he ideado un plan infalible. Mira, en vez de ponerle la comida a Los Cuervos en el borde se la voy a poner al centro de esta repisa, PERO, primero voy a colocar una cartulina encima. Lo importante es que la dimensión de la cartulina debe ser mayor que la superficie de la repisa, debe superarla lo suficiente como para crear un piso falso. Pongo la comida al centro y luego rodeo la zona de alimento con botellas con agua. Tienen que tener agua porque si están vacías se las lleva el viento o las palomas las pueden botar. Otro punto importante es que deben estar muy juntas para que así, cuando las palomas bajen no puedan entrar entre ellas a coger la comida, ¡porque son gordas! La distancia entre las botellas debe ser proporcional a la dimensión del cuerpo de los cuervitos. Ahora, como las palomas no podrán simplemente agarrar la comida en el aire, querrán bajar y pararse en la superficie, pero como son estúpidas, se pararán en el borde y, ¡a la mierda! Al suelo porque la cartulina es doble piso. Jamás podrán agarrar la comida de mis cuervos. Menos mal, soy ingeniero".
Nunca me había cagado tanto de risa. NUNCA. "Eres un pavo, papá". Y con esa sonrisota en la cara, detrás de la ventana vi como iba cayendo paloma tras paloma, todas intentando siempre lo mismo: tomar la comida en el aire, botar las botellas, pararse en el borde. Misión imposible, todas desertaron y se fueron. Felices los amiguitos de mi papá bajaron y se dieron un gran festín.
Feliz día del ingeniero pá, qué bueno es tenerte.
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