miércoles, 19 de diciembre de 2012

Eucaliptos y pollitos


Después de esperar más de 40 minutos en Tottus a mi madre, escuchar los mismos boleros en el carro de mi padre, recibir una papeleta y manejar más de 1 hora, por fin llegamos. Av. Los Eucaliptos. La casa de nuestra segunda mamá; la que nos sigue engriendo, malcriando y dando los mejores consejos de la vida. La casa de mi Lala.

Esta vez cuando entré por las rejas blancas todo fue diferente. Miré hacia atrás y en el parque me vi; con mis dos colas, mi cerquillo horrible, las rodillas raspadas y mi bicicleta naranja. A mi lado mis primas mayores y sus amigas, siempre listas para recorrer las calles de Ventanilla, contarnos secretos, rajar de las otras chicas, quedarnos hasta tarde montando bicicleta sin que nadie nos diga nada. Recordé cómo cerca de las 5 salía mi Lala y nos llamaba para el lonche; un pan francés caliente con mantequilla y a mí, siempre mi leche con Milo.

Luego vino el garaje, el cual nos servía de escondite cuando no estaba la reja, en esos días interminables de febrero cuando los carnavales no tenían horario ni reglas. Los amigos de mis primas eran mayores y nos perseguían hasta ahí para tirarnos globos. Yo era la más lorna. Mi tío nos miraba, se reía y en la noche nos llevaba a comer un anticucho más abajo en la calle, siempre repitiendo "cuidado con las bicicletas"

La cumpleañera me esperaba en su sillón, siempre bien arreglada, siempre sonriente. Me encanta cómo se emociona cuando me ve llegar. Me agacho para abrazarla, me mira con sus ojitos brillantes y me dice cómo está mi chiquita. Me agarra de las manos y las dos hacemos la movidita de hombros característica de nuestros encuentros, celebrando que Dios nos da la oportunidad de estar juntas una vez más. Y luego, como de costumbre, vendrá el comentario sarcástico.... ¡Bien flaquita te veo eh!

La cocina sigue siendo la de siempre; los reposteros celestes, las ollas plomas, los vasos con flores dibujadas, el sapo de plástico en la parte de arriba, la mesa rectangular por donde perseguíamos a mi prima chiquita y por donde la prima más grande nos perseguía. Es como si pudiera oler los choclos con anís cocinándose. El helado de fresa llegando a su punto en el recipiente de metal. El delicioso pollo al horno en mi plato con arroz y papa sancochada.

Esta vez mi papá fue con nosotros y entró a ver cómo estaba la casa. Después de tantos años parece que fuera otra casa pero para mí es la misma. Yo sigo viendo al fondo la chacrita donde tenía un árbol de algodón, cuyes, patos y un montón de pollitos. Cada vez que yo iba, ella siempre tenía pollitos nuevos para que yo pensara que eran los mismos y que estarían ahí por siempre. Claro que nunca relacioné el pollo al horno con ellos. Pero estaban ahí y yo los veía igualitos. 

Puse a cargar mi celular en el cuarto de mi tío. Parece que el poster de Guns N Roses de mi prima sigue colgado en la pared. La camita comodoy estaba lista para que yo pueda dormir ahí. Por una puerta mis tíos nos daban las buenas noches y por la otra nos escapábamos al segundo piso en construcción para probar nuestro primer cigarro o robarnos un traguito de algarrobina de la refri mientras le decíamos a mi primita que no nos delate con la Lala.

Pusimos toda la comida en la mesa, nos tomamos fotos, agradecimos el estar juntos celebrando un año más y luego, oficialmente, nos dedicamos a tragar. Mi Lala comió su porción de causa de pollo, un pedazo de pizza y dos wantanes, acompañados obviamente con su vaso con coca cola. La ayudo a sentarse, le pongo su trapito en el cuello para que no se ensucie y qué feliz la veo meter su wan tan en  la salsa, raspar con el tenedor la mayonessa de la causa y sacarle el jamón a la pizza para comerlo solito. Me encanta verla. Ella me mira y me sonríe, como si fuéramos cómplices encerdantes y felices al comer.

Llegó la hora del mueble y ni mi padre pudo resistirse ante sus encantos. Simplemente te absorbe  te sientas en él y en dos minutos estás durmiendo la mejor dormida de tu vida. Lo raro, es que ese mueble era nuestro y cuando lo teníamos nunca le dimos bola. Es que en la casa de mi Lala todo es especial, hasta el mueble.

Nos abrazamos para despedirnos y me siento otra vez con mis dos colas, mi cerquillo horrible, mis rodillas raspadas y mi bicicleta naranja. No me quiero ir a mi casa, me quiero quedar las vacaciones aquí, en la Av. Eucaliptos, frente al parque, con mi bicicleta y visitando a mis pollitos. Con mi abuela de la vida, a quien amo y admiro, a quien le dedico estas líneas y le deseo un feliz 93 cumpleaños. 

sábado, 1 de diciembre de 2012

En el día de la boda de mi hija.

Mucha gente me pregunta por mi familia, cómo somos, qué hacemos, qué nos gusta, cómo nos divertimos; y siempre respondo que somos una familia muy unida, divertida, honesta y sobre todo muy extraña. En nuestras reuniones no es necesario tener alcohol para matarnos de risa, no necesitamos grandes celebraciones para pasarla bien, algunos bailan otros aplauden pero todos comemos y mucho. Nos abrazamos mucho. Tenemos nuestros dichos, nuestras reglas y nuestros juegos siempre reunidos en la mesa, después de contar chistes, de ponernos apodos, de burlarnos de nosotros; siempre al final llega el momento, porque es es nuestra costumbre, porque es nuestra tradición. Alguien, debe mencionarlo.

Cuando visitamos a mi abuela a veces nos cuenta sobre el papá de mi mamá, un italiano que era mucho mayor que ella y llegaron a casarse por cosas de la vida. Era dueño de una heladería y una fábrica de gaseosas. Era alto, blanco y de cabello castaño. Nos contaba que mi mamá se sentaba de chiquita en su silla y comía los helados que hacía el abuelo siciliano; para él, ella era su adoración, era su princesa. Mi mamá casi no lo recuerda pero siempre ha tenido esa insignia italiana con ella y en nuestra familia a pesar que nadie ha sacado ciudadanía y mucho menos hablamos italiano. Pero ¿Saben qué tenemos los italianos y nosotros en común?

Cuando mi hermano cuenta el último chiste y todos nos reímos a carcajadas alguien dice "el otro día estaba haciendo zapping y estaban dando El Padrino" oración suficiente para que yo diga Bonasera, Bonasera, no me ofreces tu amistad, vienes aquí y me pides justicia pero no me respetas... en el día de la boda de mi hija. Luego mi padre hará una pregunta y todos pelearemos por responder, recordaremos cada maravillosa frase, cada nombre de los personajes, cada momento... y mágicamente las diferencias entre él y yo desaparecen y de pronto siento que él está orgulloso de mí porque sé cada diálogo, cada personaje, cada momento. Porque tenemos algo en común y podemos compartirlo, porque es algo nuestro. Porque si tuviera que hacer la comparación no me sentiría Connie, me sentiría Michael.

No recuerdo cuándo fue la primera vez que la vi o cuántas veces la he visto. Hemos comprado la versión bamba, luego la descargamos, luego compramos la trilogía original y la seguimos viendo aunque los discos estén rayados. Somos los más insoportables cuando la vemos porque siempre decimos Paramount Pictures Presents y nos brillan los ojos de emoción como si fuera la primera vez que la vemos. Es una obra maestra, la mejor película de mi vida y de la vida de muchos, que va más allá de una historia de mafia, de muertes, de justicia y respeto; es una historia sobre la familia, la unión y la fidelidad. 

Hoy emocionados nos fuimos con mi madre al cine a celebrar los 40 años de esta maravilla cinematográfica. La miramos anonadados, extasiados y sin importarnos que hubiera gente nombramos cada nombre, cada movimiento, cada frase famosa, de memoria y con el corazón. Lloramos con cada muerte, nos tomamos de la mano y a pesar de saber cada escena esperábamos ansiosos sus llegadas y nos angustiaban sus finales. Guardamos respeto al retirarnos en silencio de la sala y en el auto simplemente pensamos en que fue un momento glorioso. Siempre pienso que bailaremos igual cuando yo me case; que esperará a que estemos todos para tomarnos la foto y luego me pedirá que baile con él y se le verá tan distinguido entre la multitud.

Sin duda alguna, él es el gran Don Corleone, cabeza de la familia, respetado, honorable, inteligente y protector que se desarma frente a sus hijos y más aun frente a sus nietos. Que trabaja sin cansancio por dar lo mejor a su familia, por darles comodidad, educación y una fuerte base familiar. Claro, del único "trabajito" que él se encarga es de poner chorizos a la parrilla y mandarnos a nuestro cuarto si nos portamos mal, pero él es y yo soy, o me siento, al menos cuando estamos juntos, Michael... su Michael Corleone.

martes, 6 de noviembre de 2012

Esperaba que llegaras... te esperaba primavera.

Como diría una canción por ahí "pasa ligera la maldita primavera" y sí, maldita primavera, malditos rayos de sol, malditos violines y malditas campanas resonantes en mi tímpano. No importa si todavía tenemos días grises, si hace frío en las noches, si seguimos con gripe y todavía no guardamos las botas de peluche, llegó la primavera... Maldito Palito Ortega y su nuevo y dulce amor asomándose por su ventana.

Cuando más lo buscas nunca te encuentra ni se deja encontrar te pones triste, te desesperas, te pones a estudiar, a trabajar, te metes al gimnasio por 6 meses pero nunca vas, haces la dieta de la sopa pero terminas pidiendo KFC, empiezas a tejer o te quedas cuidando a algún sobrino. Cuestionas todo el tiempo el por qué de tu fracaso, atacas tu autoestima diciéndote que seguro es tu cabello; sí, sí tu cabello y vas y te lo cambias de color y todos te dicen que estás regia pero sigues cuidando a tu sobrino y guardando la chalina número 52. Analizas a tus amigas o amigos con pareja, te preguntas qué tienen ellos que no tengas tú, obviamente rajas de sus parejas y le prendes más velas a la virgencita de la puerta para que te mande a tu príncipe azul. Ves el diario de Bridget Jones los sábados por la noche en pijama después del Gran Show.

Y después de haber acabado con toda la sección de dulces de Wong o Plaza Vea o digamos mejor de la D'Onofrio, te olvidas del tema, te resignas y dices que serás soltera o soltero toda tu vida y que es mejor estar solo que mal acompañado; empiezas a salir de nuevo con tus amigos porque al final, estar solo es mostro; sales, nadie te controla, tomas todo lo que quieres, no das explicaciones, te agarras a uno a otro sin preocuparte de conocer a sus padres. Empiezas a arreglarte, a comprar ropa nueva, cuelgas más fotos en tu facebook y cuando te miras en el espejo dices que el mundo se está perdiendo de estar con un cuerazo como tú. Yo me pregunto, ¿realmente podemos ser tan estúpidos?

O sea al inicio estoy sola y al final estoy sola y pasé por un proceso de primero atacarme y hundirme para luego salir y decir que yo valgo mucho y no necesito a nadie. Pero ¿acaso no terminé igual que al inicio? porque todo es externo y porque subir o bajar de peso, pintarme el cabello o dejar de tejer no me ha curado por dentro y no me ha hecho crecer ni ver qué pasa realmente conmigo, porque nos encerramos en el análisis de los demás, en que ellos se la pierden, ellos son unos inmaduros, ellas están jodidos. Entonces si nosotros estamos tan bien, por qué estamos solos. Toma mientras.

Hace un tiempo que vengo cuestionándome sobre la ideología del amor. Lo que vemos en las películas, en las novelas... lo que nos dicen constantemente de cómo son las mujeres, cómo son los hombres, los tips de conquista y de no llamar primero o no mirar primero o no responder rápido... no ser cariñosas, no ser detallistas, no ser consideradas porque el hombre se asusta. Entonces qué, ¿tengo que ser una bruta fría a quien le importe todo un carajo y no recordar fechas importantes o las cosas que a él le gustan solo porque viene una expositora que cobra 300 soles por decirme que todo en mí está mal? 

De niña te enseñan en que el chico tiene que abrirte la puerta, tiene que pagar la cuenta, acompañarte hasta la puerta de tu casa y luego, un domingo, ir a cenar con tus padres para que lo conozcan y ellos le den el visto bueno al muchacho. Perdón pero no estamos en los 50's ni mucho menos estamos en una película de Drew Barrimore. Sí, tienen que tener ciertos detalles de caballerosidad pero ¿acaso nos vamos a meter la pelea de la vida porque no te abrió la puerta del carro, le timbraste y no te respondió o te dijo que tu cuenta es tanto?

Y es que nosotros idealizamos demasiado lo que es el amor y la pareja perfecta. En este momento hágase usted la pregunta: cómo es mi pareja ideal. Sea sincero en su respuesta porque siempre va a decir que sea bueno, honesto, trabajador, alegre, que me quiera, que tenga buenos sentimientos, que me engría, se ría de mis chistes monces y siempre recuerde las fechas importantes; súper detallista y se lleve bien con mi mamá. ¡Ah! y que quiera tener muchos hijos conmigo. 

Ya, ahora empiece a reírse porque sabe que usted piensa así o conoce a alguien que piensa así y ahora que lo lee le parece ridículo y le dan ganas de escupir la pantalla. ¿Por qué somos así? Nadie es perfecto y mucho menos va a estar hecho a nuestra medida o requerimiento. En algún momento vamos a encontrar alguien con aspectos parecidos, con alguna afinidad, pero no nos matemos buscando ese 100% compatible que nos dan las páginas de parejas online. 

Estoy leyendo Sueños de amor y encuentros decisivos de Ethel Person y debo decir que es el cherry on top of the ice cream, y cito "Cuando un amante pregunta -¿qué estás pensando?- generalmente quiere estar seguro de la que la persona amada está pensando en él y en el amor que siente por él. Pero aunque esta le corresponda, no existe ninguna garantía de que lo seguirá amando." 

Que la primavera y sus campanadas con violines no los agarre desprevenidos y antes de cuestionar por qué el mundo no los quiere empiece por quererse primero, aunque sea un poquito. Por mi parte, que ya pasé por 3 tonos diferentes de cabello, combos de pollo receta original con papas como complemento y ahora este libro; sigo afirmando que es una maldita primavera. Primavera que llegó con una sonrisa encantadora y una muy bonita amistad. Maldita sea.

miércoles, 12 de septiembre de 2012

Pantalla Grande


¿Qué piensan ustedes cuando les preguntan qué es el amor perfecto? Seguro deben pensar en una escena de una película. En Ariel tomando la poción mágica para tener piernas y vivir entre los vivos. En Jack hundiéndose en el agua mientras Rose toca el silbato que la salvará. O de repente Julia Roberts y Hugh Grant en una conferencia de prensa. Rachel entrando al apartamento de Ross al dejar su vuelo a Paris.

Pero primero debemos pensar, ¿existe realmente el amor perfecto? porque todos nuestros pensamientos se basan en alguna escena de pantalla grande o de repente en la tarjetita que te regaló el chiquito churro del nido.

Cuando yo pienso en el amor perfecto, afirmo con certeza que no existe, pero que lo que sí existe es el amor de verdad. La carta de San Pablo a los Corintios dice -y estoy segura que todos lo saben porque sale en todas las películas- "El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tienen en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta"

Lo bueno de trabajar en casa es que cuando tomo mi break y salgo de mi cuarto, entro a la cocina por mi desayuno veloz y desde ese instante soy fiel testigo de que lo que dice el amigo Pablo es totalmente cierto. Mi mamá prepara el jugo de papaya con piña con una mano y con la otra prepara las dos tazas de café; mi papá por otro lado, pone el pan en el hornito, saca la mantequilla, el queso, la leche sin lactosa. Los dos se sientan a la mesa, sacan sus vitaminas, sus medicinas y su splenda para tomar desayuno. Mi mamá agradece a Dios y luego comen juntos. Cuando terminan, mi papá lava los platos, las tazas; mi mamá limpia la mesa y cada uno se mete en su mundo: mi papá en su computadora y mi mamá viendo Utilísima.

Vuelvo a encerrarme en mi cuarto para trabajar y salgo a la hora de almuerzo. Mi papá pone la mesa, de repente saca algún vinito; mi mamá pone el arroz en un tazón y luego al plato para que se vea bonito. Le sirve el guiso al rededor y limpia los bordes. Se sientan, agradecen y almuerzan juntos. Mi papá obviamente se va a chorrear el polo y mi mamá dirá "¡Ay negro!" a lo que mi papá responderá "pero qué cojudo soy" y los dos se van a reír de la misma broma que llevan haciendo todos los almuerzos que han tenido juntos.

Tengo 29 años y puedo decir que todos los días que he visto a esos dos locos juntos, los he visto abrazándose, besándose, atendiéndose, comprendiéndose y sobre todo toqueteándose como si fuera la primera vez que lo hacen. Como cuando mi mamá tenía 9 años y llevaba la ropa que mi abuelo cosía para mis otros abuelos y mi papá salía corriendo de la vergüenza. Como cuando mi papá estaba en el campamento minero y le mandaba cartas a mi mamá con poemas diciéndole que ya quería volver para ver a su chiquita. O simplemente cuando mi mamá sale de la ducha y entra al closet y mi papá deja su computadora y va corriendo detrás de ella para "ayudarla a cambiarse"

No son perfectos obvio, a veces pelean como todos los humanos, pero son reales. Mi mamá dice que el secreto es la admiración, dice que ella es fan de mi papá y aunque él no lo diga, también es fan de ella. Los dos son del mismo equipo. Mi papá odia Utilísima, pero siempre lo veo sentado en el mueble soportando "cocina fácil" sólo por estar sentado con mi mamá.

Feliz 47 aniversario a mis padres que los cumplen hoy 12 de septiembre. Son todo un ejemplo a seguir. 

lunes, 10 de septiembre de 2012

Tarea de clase: ¿Quién es Fátima Yataco?


Mi nombre completo es Cinthya María de Fátima, mi madre me puso ese nombre porque se suponía que debí nacer el 13 de mayo, pero como desde mi nacimiento siempre voy en contra de lo que ella dice, nací el 30 de abril. Día del psicólogo. Ella es psicóloga. Me pusieron Cinthya por una Miss Perú que era conductora de noticias en la época de los 80’s. Nunca me gustó ese nombre, siempre en el colegio había otras Cinthyas y yo me sentía alguien del montón, mi nombre era común y yo no resaltaba mucho entre mis compañeros, así que siempre me disgustó. Cuando mi madre me guardaba comida le ponía una servilleta encima que decía Cindy, yo odiaba que hiciera eso porque no soportaba mi nombre. Tenía que dejar de llamarme así.

Mi época de colegio no fue tan memorable, siempre escucho a todos decir que les encantaría regresar al colegio. Yo me pregunto ¡Por qué! Nunca me gustó, no sé si mis recuerdos son buenos en su mayoría. Por un lado tenía buenas notas, los profesores me querían, trataba de participar en las actividades, estuve en la banda del colegio, en el club de turismo, ganaba los juegos florales en literatura, escribí y di el discurso de graduación… y por otro lado tenía y no tenía amigos, mi popularidad se basaba en que todo el colegio se burlaba de mí, era la más gordita de las chicas, tenía una sola ceja y todavía no había conocido la crema para peinar. Era súper lorna. La verdad es que nunca me quejé o me peleé o lloré; simplemente tuve una no tan buena experiencia escolar.

Por eso cuando ingresé a la USIL en el año 2000 decidí no usar más el nombre Cinthya; empecé a ser Fátima. A Fátima nadie la conocía, nadie sabía cómo fue en el colegio, nadie sabía qué amistades tuvo, qué problemas tuvo ni nada; era una persona completamente nueva podía ser quien yo quisiera ser. Aprendí que no debo tener una sola ceja, me cambié el color de cabello, me compré ropa nueva, me empecé a maquillar y a la mitad de mi primer ciclo de la carrera de Ingeniería Informática yo era una de las chicas más populares de la facultad. Todos mis amigos eran mayores que yo y era divertido, recién ahí aprendí lo que era salir a tomar una tarde con tus amigos, las típicas chelas en la Rotonda, jugar billar en los huecos entre clase y clase, entrar a laboratorio de física borracha y a las clases de los sábados 7am con una resaca fenomenal. Las fiestas de fin de parciales en The Piano y fin de finales en El Muelle Uno.

En esa época yo tenía un enamorado, se llamaba Javier, lo conocí cuando estuve en 5to de secundaria y estuvimos juntos más de 1 año. Él es menor que yo así que mientras yo era la cachimba popular, él estaba todavía en el colegio y se volvió muy complicada la relación, sobre todo cuando iba a recogerme a la universidad en su uniforme. Él fue mi primer enamorado y podría decir que fue una relación muy linda, fue el primer chico que llevé a mi casa a conocer a mis papás, lo querían, lo aceptaban, mis hermanos lo molestaban y eso era muy bueno, era parte de mi familia y para mí eso fue muy importante porque dentro de todo somos una familia que conserva todavía ese formalismo y tradición. No llevamos a cualquier persona a nuestra casa.

Soy muy enamoradiza, me ilusiono con facilidad y soy asquerosamente cariñosa y melosa. Me imagino que eso es porque mis padres siempre me engrieron mucho, además que soy la última de 6 hermanos, así que nunca me faltó cariño ni atención. Mis hermanos siempre cuidaron de mí y siempre me enseñaron cosas importantes en la vida; por ejemplo me enseñaron a escuchar The Police, a montar bicicleta, a comer sanguchón, a ser siempre detallista y perfeccionista, a tirarme un chancho y salir corriendo y sobre todo, me enseñaron a convencer a mi papá de salir a comer algo rico cuando él no le hacía caso a nadie.

Mi hermana mayor siempre estuvo conmigo, compartíamos cuarto y secretos, ella me lleva 16 años y yo le decía Mamá Gisse. Cuando nos peleábamos yo ponía una cuerda entre su cama y la mía para que ella no pueda pasar a mi lado, pero la puerta del cuarto estaba ahí así que ella en sed de venganza se tiraba encima de mi cama para salir o entrar. Teníamos siempre una caja de Sorrentos escondida debajo de su cama y como ella tenía televisor, veíamos las películas de estreno de Función Estelar siempre juntas. Ella me enseñó a escribir sin faltas ortográficas, a usar Lotus, a depilarme las cejas, cantar las canciones de Guillermo Dávila y fue quien me explicó de dónde vienen los bebés. Ella formó mucho mi carácter de dedo chinchoso que jode y jode cuando algo no está bien, porque siempre todo puede estar mejor, siempre todo puede estar excelente.

En el verano del 99 mi hermana me invitó a pasarlo con ella en Virginia, donde vive con su familia. Ahí tuve mi primer trabajo en una lavandería; como ella se iba a casar tenía que salir muchas veces a ver las cosas así que me quedaba yo sola en la tienda. Ahí empecé a hacer cosas que no hacía en casa y que jamás pensé hacer, empezando que tenía que lavar ropa de otras personas, limpiar los baños, trapear el piso y arreglar las máquinas cuando se malograban. Mi mamá decía que tenía que aprender a hacer de todo y que limpiar el piso no me hacía menos que nadie. Ese trabajo fue muy divertido, conocí a personas muy buenas, aprendí a separar la ropa blanca de la roja, a usar suavizante y a tener un contacto directo con el cliente. Aprendí a tratar con personas de otra cultura, otro país, otras costumbres y sobre todo otra educación. Muchos latinos iban a lavar su ropa ahí, sobre todo de centro américa. La gran mayoría era muy sucia, desordenada y grosera, los hombres eran muy atrevidos y ostentosos. Una vez un señor me dijo que en su país se saludaban con un beso en la boca y yo le dije que en mi país si alguien hacía eso le sacábamos la mierda. Nunca volvió. A mí me suspendieron.

Desde ahí, empecé a viajar todos los veranos para trabajar con mi hermana. Ella después consiguió un trabajo en una empresa importante y me jaló al departamento de contabilidad como su asistente. Al inicio todo era archivar, llevar, firmar, hacer café y después, poco a poco empecé a hacer cosas nuevas y el dueño de la empresa vio mi capacidad así que me llevó a trabajar directamente con él. Como siempre he tenido que ser la mejor en todo, era la mejor asistente y el reconocimiento es algo que siempre se siente bien, que alguien te diga que eres la mejor, que cuando te vayas no será lo mismo, que no tienes reemplazo, son cosas que te elevan el ego y es muy difícil bajar. Cuando te equivocas crees que el mundo se te viene encima, te vuelves intolerante al fracaso, no concibes la idea de haber cometido un error. Con ellos aprendí que es bueno equivocarse, que es bueno aprender de los tropiezos y que uno siempre puede ser mejor cada día. Mi jefe es nicaragüense pero nunca me habló en español porque decía que yo tenía que mejorar mi inglés y que nunca lo lograría si no lo practicaba, así que aprendí a hablar de negocios en el idioma del tío Sam.

Uno de esos veranos mi hermana salió embarazada y decidí quedarme con ella los 9 meses para ser la madrina de mi sobrino. Como ella tenía mucho malestar tuve que aprender a cocinar para que podamos comer. Yo era muy inútil a pesar de mi breve paso por la lavandería, no me gustaba cocinar y no era nada divertido vivir con una embarazada con hormonas revueltas que vomitaba al oler mi arroz con pollo. Aprendí a la mala a preparar la comida que no me gusta pero que sí otros desean comer, aprendí a ser paciente y ponerme en el lugar de otras personas, a consolar a quien no se siente bien y a comprender a los demás cuando hacen algo y no se dan cuenta que lo hacen. Aprendí a olvidar rápido y ver las cosas bonitas de la vida, lo importante era que mi sobrino iba a nacer y yo iba a estar ahí para él. Le perdí el asco a los pañales sucios y los vómitos de leche avinagrada y hasta podría decir que le perdí un poco el miedo a la maternidad, para mí mi sobrino es como mi hijo y me gusta ser la tía que sabe hablar inglés y español, que sabe jugar nintendo y sabe tirarse los mejores chanchos del mundo. Soy su heroína.

Volviendo a mi infancia, siempre me gustó bailar y cantar, según mi madre ella pensaba que yo de grande sería artista, pero lo que pasaba es que no me gustaba hacerlo frente a otras personas, tenía pánico escénico terrible. Mi papá me enseñó a querer la música, él se sentaba en el cuarto de mis hermanos, que estaba al fondo, y se ponía a tocar guitarra y a cantar boleros. Yo me metía y me ponía a bailar mientras él cantaba Angelitos Negros, siempre me acuerdo de ese momento porque nosotros, si bien tenemos una buena relación, nunca hemos sido muy cercanos y ese momento era mucho más grande que sentarnos y tener una conversación, era un momento mágico. Cuando él se iba yo me sentaba en la escalera y sólo bajaba cuando él subía y me acompañaba, me llevaba mi taza con leche chocolatada en las mañanas y en las noches, mientras me contaba un cuento para dormir. El favorito era Pinocho, nos lo sabíamos de memoria y siempre nos burlábamos del viejo Gepetto. Yo tenía un cuento que se llamaba El Cuerpo de Toñito y mi papá siempre se detenía en la parte de las diferencias físicas entre niños y niñas… Toñito no estaba “bien dotado”.

A pesar que él me leía cuentos nunca fui buena en letras y es raro porque siempre me gustó escribir poesía. Mi profesor de literatura se sentaba horas conmigo revisando mis textos y nos gustaba leer cuentos griegos. Yo sufría al momento de estudiar o cuando nos dejaban libros grandes, no entendía nada y no sabía por qué no me podía concentrar. Nunca supe que tenía déficit de atención, mis papás ni sabían qué era eso, decían que tenía que estudiar más, que no le ponía el esfuerzo necesario. Como dije, tenía buenas notas pero tuve que tener profesor particular de física porque no lograba concentrarme con las fórmulas. Yo adoro las matemáticas, estudié ingeniería porque mi padre es ingeniero. Cuando había los apagones del terrorismo, nuestra diversión era resolver problemas del Baldor, mientras más resolvía mi papá se sentía más orgulloso de mí. Los números tienen un encanto irresistible, a diferencia de las letras, nada se queda en la interpretación, nunca se duda si se dijo bien, si se entendió o como diría un comunicador, si el mensaje llegó bien. El número es el número y ya, no tiene otro significado, todo tiene una respuesta única, hay varias formas de llegar a ella pero al final la respuesta es sólo una. 2 + 2 es 4 y eso no cambiará.

Ahora que soy adulta, mi relación con mi padre tiene sus altas y bajas, sé que él espera mucho de mí porque siente que puedo dar el triple de lo que doy, claro que no me lo dice de esa manera, pero yo sé que él sabe que es así. Digamos que nuestra comunicación no es de preguntarnos cómo estamos, qué tal nuestro día o cómo vamos en nuestras vidas, no nos gusta el drama, las cosas complicadas o los momentos tensos, ambos huimos de los conflictos, somos prácticos, así que en vez de ponernos a analizar por qué nuestra relación es como es nos ponemos a ver videos del negro mama en YouTube. Los dos tenemos la facilidad de hacer voces, así que mientras él imita a Portola, yo imito al Negro Mama y nos aprendemos de memoria los diálogos. Nos ponemos a ver El Padrino y nos reímos a carcajadas diciendo “deja la pistola, toma el cannoli”. Ése es nuestro momento mágico.

Mis padres son bastante mayores, mi mamá tiene 69 y mi papá 73. Las diferencias en gustos, creencias y valores son distintas. Ambos han aprendido a entender a mi generación porque claro, pasaron por mis cinco hermanos primero y aprendieron con ellos, por eso conmigo son más tolerantes, pero también es complicado porque siendo la última de seis hermanos, mis padres esperan que yo salga “sin errores”, que yo logre lo que ellos no lograron y sea lo que ellos no son y encima que sea como mis padres esperan que sea. Yo soy perfeccionista por eso también, porque siempre sentí que debía ser perfecta, siempre la mejor alumna, la mejor hija, la mejor hermana, la mejor esposa… y ya con el tiempo, con la edad y la madurez, empecé a pensar cuál es el criterio de la mejor en esto o aquello. ¿Qué es ser la mejor hija? Mis padres tenían un concepto, mis amigos tenían otro, los padres de mis amigos tenían otro y yo tenía uno completamente diferente, entonces para yo ser la mejor hija que mis padres querían que fuese yo debía ser algo que yo no creía que era lo acertado. Estaba muy encerrada en las etiquetas y los estereotipos, las niñas deben comportarse de cierta manera, deben saber cocinar, deben salir con un banquero, con un ingeniero, que sea hijo de tal y tal, que sea independiente y si es extranjero mejor, deben casarse por la iglesia y tener una gran recepción. Las niñas no hacen box, las niñas hacen yoga.

Cuando me rebelé empecé a buscar mi identidad a pensar qué cosas me gustaban, qué quería hacer, quién quería ser. Empecé por vestirme diferente con cosas que a mí me gustaran y no que sean cosas a la moda, seguí cambiando el color de mi cabello, pasé de morena a rubia a pelirroja, con iluminación con mechas, largo, corto y volví a ser morena y volví a ser rubia. Me hice mi primer tatuaje y le demostré a mis papás que los tatuajes no eran sólo de pandilleros o de vagos. Empecé a estudiar comunicaciones, a componer música, a bailar y a ser feliz. Empecé a saber quién era. Ya no me molestaba que me dijeran Cinthya o que me pongan Cindy en la servilleta encima de mi plato de comida, porque el hecho de ahora usar Fátima como primer nombre no me hace que deje de llamarme Cinthya ni que deje de ser lo que fui porque por eso estoy aquí.

Ahora estudio comunicaciones, tengo 8 tatuajes (el último es la cara de mis padres cuando eran jóvenes y vaya sorpresa que fue mi mamá quien lo limpió y cuidó de posibles infecciones) planeo tener un hijo el próximo año, así no me haya casado y no porque “se me pase el tren” o porque esté a puertas del club de los 30, si no porque no quiero tener tanta diferencia de edad con mis hijos así como mis padres la tienen conmigo. No sé si me casaré con la boda de ensueño que mis padres esperan porque todavía no sé si eso es lo que yo realmente quiero; lo que sé es que graduarme será la primera cosa que termine en mi vida y después de eso empezará la verdadera diversión.


miércoles, 22 de agosto de 2012

¿Por qué no comprar en Wong un domingo a la 1pm?


Cuando mis padres están fuera del país yo me quedo como dueña y señora de la casa y debo velar por mi bienestar, el de mi hermano y nuestros cuatro perros. Pero claro, no podemos hacernos los locos y pasar por alto mi pasión desenfrenada por los deliverys, el hecho de que sólo sé cocinar 3 platos y que me llega cocinarle a mi hermano. ¿Cómo haríamos para sobrevivir? Esa mañana me levanté diferente, me dieron ganas de cocinar, de comprar cositas para la casa, de limpiarla. Esa mañana, me decidí a ir a Wong.

Mi auto aún estaba vivo, pero moribundo como siempre. La noche anterior lo había dejado en la parte de arriba del estacionamiento, y al bajar la pequeña subida dejé el parachoques colgando sólo de un tornillo (son cuatro). No me quedaba otra que agarrar masking tape y tratar de sostenerlo como mejor pudiera. Sí, masking tape. Y era color beige. Además, los que me conocen saben que no me peino, tenía el cabello mal amarrado, me puse el jean roto y un polo cualquiera. No era el look preciso para ir a Wong de La Planicie a la 1:00 de la tarde.

Mi pequeño auto se perdía entre las RAV y las Land Rover; parecía que en ese momento tener un auto de marca y deportivo no importaba. No estaba lavado, había masking tape beige en el parachoques y la chofer despeinada. Pero aun así con la cabeza en alto, logré pasar por el callejón oscuro hacia el estacionamiento; me abrí paso entre la gente, tomé mi carrito y entré.

Hay tres tipos de familia que van a Wong los domingos: los regios, los semi regios y los no tan regios. Empecemos con los regios: mamá tiene una cintura envidiable, su rostro se mueve difícilmente pues el botox y las cremas rejuvenecedoras no se lo permite, no pasan de los 45 años, busto y derriere en su lugar (o más arriba) vestidas como si fueran a una fiesta o un almuerzo en algún club; botas hasta la rodilla, jeans de marca con pedrería, cinturón ancho y blusa o polo de algodón lycrado dentro del pantalón. ¡O sea, te refriegan en tu cara que no tienen ni un gramo de grasa! Lentes oscuros, rubias bronceadas o trigueñas con iluminación. 

Así va la cadena: ellas adelante con la cartera Dior en el codo y el blackberry en la mano. Detrás la cocinera -ojo, es diferente a la nana- quien lleva el carrito y la lista de cosas para comprar. Detrás la hija mayor versión mini de la mamá, luego la nana y luego los otros 2 ó 3 critters gritando en inglés. Porque ellos no hablan español, obviamente. ¿Y papá dónde está? Comprando la carne para la parrilla dominguera en casa de los Romero Berckemeier.

Yo avanzo como puedo entre la gente, tengo un celular en la mano pero no es un blackberry, mi cartera es de "gamarrein couture", no uso polos lycrados ni cagando y no uso correa porque no encuentro una que me quede. Soy trigueña de cabello negro y ese mes no pude comprar mis lentes de contacto de color. Soy común. No me queda otra que sonreír y poner pan en mi carrito.

Los semi regios están constituidos por madres que dejan a sus crías en casa con el marido, quien obviamente los deja desatendidos y la pobre y desamparada madre debe hacer las compras, sola. Ella recibe constantes llamadas en su blackberry sobre temas de coyuntura nacional: no pegarle el chicle a la hermana, cuadras las vacaciones en Cancún antes de las vacaciones en Grecia, no mandar a los hijos a casa del amiguito con porcina. Ellas también me miran mal y creen que soy la hermana de alguna de sus 20 nanas todo porque saliendo del carro me puse una chompita blanca.

Los no tan regios son los peores, los padres que creen que domingo significa ¡Vamos a pasear a Wong! Van con los 4 hijos, la mamá, la suegra, la prima o primo -que se queda el fin de semana- y de paso se ofrecieron a cuidar al vecinito. Papá va adelante con sus bermudas blancos y sus medias hasta la canilla. Mamá viene detrás comprando todo y eligiendo sólo las ofertas. Ella tiene más de 40, sus cremas rejuvenecedoras son Nivea y está un poco gordita; vestida en jean y un blusón. Mientras tanto, los engendros quieren que compre cereal Cocoa Puffs, pero ella compra cereal Ángel. Se pelean por comer el queso Bonlé que invitan, el vino, la jamonada y el tamal. ¡Encima piden dos! Por si fuera poco, de la manera más conchuda también me miran de manera rara; todo porque no distingo el culantro del perejil.

Las cajas están llenas y pareciera que todos se conocen, todos se saludan y hablan de las parrilladas a donde irán, a las que fueron y obviamente las que planean en ese momento. Por fin es hora de pagar y salgo de ahí corriendo. Las miradas aún me crucifican hasta que, por fin, saco mi auto del estacionamiento y veo las letras Wong desaparecer en mi retrovisor, me siento libre. Lamentablemente la paloma que me dejó un regalo en el parabrisas no pensó lo mismo.




miércoles, 15 de agosto de 2012

Adiós Hernán, que te vaya bien.


Acabo de decirle adiós después de 8 años de compañía, complicidad, aventuras y escapes. Lo miré irse por la calle sin mirar atrás, con solo una palmadita de despedida y un “que te vaya bien". Sinceramente, esperando que alguien más pueda cuidarlo mejor y pueda hacerlo correr como se lo merece. Hernán se fue y la próxima vez que lo vea será para firmar su partida definitiva. Hoy, se llevaron mi carro a vender.

Lo compré cuando regresé de mi último viaje de trabajo a Virginia, no tenía idea de qué tipo de carro quería, sólo que quería uno y que sea bonito. Reconozco que no sé absolutamente nada de carros y mi hermano mayor tuvo que explicarme todo. Mi mecánico es la persona con más trabajo en el mundo porque siempre algo me pasa y él debe ir a mi rescate. No sé cambiar una llanta, ver el aceite o medirle el aire. Yo le pongo gasolina, le echo refrigerante y ocasionalmente lo mando a lavar.

Esa mañana mi hermano Martín me dijo que había encontrado algo interesante por Chorrillos y que vayamos a verlo. Primero me entrenó diciéndome que no me vaya a emocionar de inicio, que no acepte nada, que sólo diga que lo vamos a conversar y luego respondemos. Nos metimos el viaje inter provincial y ahí estaba, paradito en la puerta, brillante. Yo no podía probarlo porque no tenía brevete, pero se sentía tan suavecito cuando nos subimos a él y qué rico corría el condenado. Fue amor a primera vista y una vez que nos despedimos y volteamos la esquina, mi hermano y yo nos abrazamos de felicidad porque había encontrado mi primer carro y sobre todo, porque lo estaba comprando con mi propio dinero. Era especial.

Le puse Hernán una noche con mi amiga Stephie, porque lo vimos y dijimos ¿Cara de qué tiene? Pues de Hernán, y así bauticé a mi compañero. ¡Qué no hemos pasado en ese carro! Toda mi época de practicante de producción fue en ese carro, corriendo de un lado a otro llevando a los chicos a sus clases de canto, a comprar vestuario, dejarlos en sus casas, recorrer en hora punta la ruta surco – pueblo libre en 25 minutos para que puedan llegar a tiempo a las grabaciones. Todas las bajadas de llanta en la madrugada, los choques (que debo recalcar siempre fue culpa del otro, nunca mía) el volumen alto con Guns ‘n’ Roses hacia Lunahuaná, el aire acondicionado malogrado en verano camino a Huaral con mi hermano. La ropa en la maletera. La llave rota.

Siempre te recordaré Hernán. No creo que tenga carro en algún futuro cercano porque el tráfico de Lima es demasiado para mi estrés. Pero sí espero que quien te adopte te sepa cuidar, aprenda que la bocina está al costado izquierdo y que el capot debe cerrarse presionando desde encima hacia abajo y no desde adelante hacia atrás. Que si pasas los 100 km/h vas a empezar a toser y que no te gusta escuchar bachata. Que te llega que dejen el techo abierto y que detestas el ambientador con olor a fresa. Espero que tu nuevo dueño te ponga muy bonito. Cuídate Hernán, buen viaje.

domingo, 5 de agosto de 2012

Amores Perros


La verdad no me importa si me juzgan. Yo no juzgo a nadie pero tampoco puedo esperar que no lo hagan conmigo. Trato de no hacer cosas que sean posiblemente juzgables para evitar pasar malos ratos de explicaciones y de hacer cara a otras personas; pero cuando vas a una tienda de fiestas y pides cajas, platos, servilletas y juguetes para la celebración del cumpleaños de tu perro, es muy difícil que no te juzguen. Pero como dije al inicio, la verdad, no me importa.

Soy lo suficientemente consciente para entender que algo así es difícil de entender por muchos. El sólo hecho de vestirlos, tratarlos como personas o tener un trato preferencial con un animal es poco entendible. Yo me pregunto por qué. Un perro, o cualquier animal doméstico, es un ser vivo, con necesidades como todos; tienen hambre, tienen frío, tienen que orinar, tienen que ejercitarse, se resfrían, se deprimen. Se les tiene que poner ropa, qué tiene de malo ponerle una camiseta de tu equipo de futbol favorito, ¿A caso nosotros no nos ponemos camisetas a veces en vez de un polo? O bueno ya, si les ponemos un polo, qué de malo tiene ponerle uno que tenga dibujitos o frases “perrunas”. No creo que una celebración de cumpleaños sea un tema para el programa Tabú de NatGeo.

El menor de los perrunos, y digamos que mi hijo, se llama Axel y el viernes cumplió 4 años. Es un Jack Russell Terrier cruzado que está algo gordito –bueno, qué esperan, es Yataco- y es más inteligente que yo. Dicen que las mascotas se parecen a sus dueños, pues sí, Axel es alérgico a los olores fuertes y a veces le salen ronchas en la piel, constantemente anda yendo al veterinario para que le den medicina, o su abuelo le limpia sus heridas en la piel. No come de todo, le gustan sólo ciertas cosas. Le encanta dormir hasta tarde y cuando está de mal humor se encierra en el baño y no quiere hablar con nadie. Es resentido, pero perdona rápido.

Cuando entro a casa y miro a la derecha para saludarlo, lo veo saltando por encima de la reja, moviendo su cola y llorando desesperado por entrar a la casa conmigo. Abro la reja y corre hacia la puerta de la cocina. Cuando entramos, lo primero que hace es sentarse, porque sabe que voltearé hacia la caja de galletitas y le daré un premio. Una vez devorada la galleta correrá hacia mi cuarto –que es su cuarto- y se meterá a la cama empujando todo lo que está en ella. Y me mirará con esos ojos marrones grandotes que a veces realmente pienso que me están diciendo algo. Me llenará de besos y se dormirá en mis brazos mientras le doy palmaditas en el lomo para que se duerma rápido. Él sabe que soy su mamá, sabe quién es su abuela, dónde queda el cuarto del abuelo, dónde está la oficina y sabe lo que es vamos a dormir, quédate quieto y pórtate bien.

El viernes se fue a la veterinaria para su acicalamiento cumpleañero y me fui con mi asistente a comprar todo para la celebración. Palitos de tocino, galletitas de cordero, pelotas de colores, cajas de Doki y obviamente para los felices padres compré olé olé, chizitos, galletas y mandé a hacer unos cakes de chocolate y vainilla que decían Axel en la envoltura. Estoy segura que a este punto se están riendo o están diciendo ¡esta chica está loca! Pero perdón, ¿a tus hijos no les celebras cumpleaños? ¿Tú no celebras tu cumpleaños? Ya pues, el perro también nació en una fecha y luego de 365 días cumple 1 año más ¿por qué no lo vamos a celebrar?

El sábado todos felices nos fuimos al Parque Raimondi, que les cuento, que si quiero hacerle un cumpleaños a lo grande y llevar una mesa para poner los bocaditos, tengo que pagarle a la Municipalidad de Miraflores S/ 500.00, claro está, una vez enviada mi carta al organizador de eventos municipal. O sea, no estoy llevando un estrado, juegos mecánicos, carritos sangucheros como para decir que estoy haciendo un “evento”. Pero así es, si quiero llevar una mesa ridícula de 2 x 2 para poner la torta de mi perro debo pagar S/ 500.00 así que como buena peruana llevé todas sus sorpresas y la alimentación dentro de una maletita que puse debajo de la banca del parque.

Llegaron mis amigos con sus hijos perros, que también estaban vestidos para la ocasión, con regalos perros para mi hijo perro y felices recibieron sus sorpresas perras en cajita de Doki el perro. Y nos dedicamos a correr por el parque, tomar agua de plato, no alejarnos de la vista de nuestras madres y no morder a nuestros amigos. Fuimos perrunamente felices y nadie nos juzgó, porque todos los que estaban en el parque eran padres perros paseando y celebrando con sus hijos perros.

Si bien mi hijo perro, como cualquier niño, se marea en el carro y me vomitó todas las galletas en el brazo y el vestido, no importó todo el drama cuando lo vi caer rendido en mis brazos de regreso a casa. Despacito entró al cuarto y se echó en la cama con la cabeza en la almohada, me miró y se durmió. Feliz, después de haber disfrutado su fiesta de cumpleaños perruno. Ahora, júzgame pues.

domingo, 15 de julio de 2012

¿Cuánto cuesta mi salud?


El invierno me recibió con varias compras en la farmacia de pastillas para la alergia. Es terrible abrir los ojos y tener que tomarte una sólo para poder salir de la cama. Y no suficiente con eso, cada vez el cuerpo se hace más inmune, tienes que pasar a algo más fuerte y tu bolsillo también se ve afectado. Este invierno no tengo plata y enfrento la pobreza, enferma.
Ahora que soy independiente no tengo seguro médico, no puedo pagarlo, es la verdad, mi realidad y la de muchas personas. No confío en Essalud pero cuando estas cosas pasan me veo obligada a ir a la posta médica de La Molina, donde la consulta cuesta S/ 7.30 y cada último viernes del mes, el laboratorio tiene ofertas y todas las pruebas te salen muy cómodas. Es un lugar cómodo, limpio, te atienden bien -la mayor parte del tiempo- y queda cerca a mi casa. Pero esta vez que fui, para mi mala suerte, la posta estaba cerrada ¿qué iba a hacer? No podía ir a una clínica normal, tenía S/ 50.00 soles en mi bolsillo y mis padres no pagarían otra ida al doctor. Estaba jodida.


Esa mañana desperté con 39.4 de fiebre y no me pasaba con las pastillas que tenía yo en casa, así que en un acto heróico me fui a la posta médica de la Zona Este. Llegamos y me sentí bicho raro, pues todos nos miraban de manera extraña. Estaban las señoras con sus 4 ó 5 hijos con diferencia de edad de 1 año, contando sus céntimos para que todos puedan atenderse. Las adolescentes, todavía en uniforme de colegio con sus barrigas esperando su control natal. Los ancianos que esperan alguna vacuna y nunca falta la señora con su bebe amarrado en la espalda pidiendo que la atiendan, pero que no tiene cómo pagar la consulta; una consulta que costaba, aunque no puedan creerlo S/ 5.00

Entré a triaje y me pusieron el termómetro bajo el brazo y mientras esperaba iban pasando los otros pacientes, en un habitación de 3x3. El ancho de la habitación era el largo de una camilla, yo a un lado sentada en una silla y al frente una niña con varicela y una pequeña mesa con los utensilios médicos. ¿Es usted alérgica a alguna medicina? -Sí, a la penicilina.- ¿Y ya tuvo varicela? -No, no me ha dado.- Su cara de "oops" me puso muy nerviosa mientras la niña me miraba y sonreía, la tenía a muy poca distancia y había mucha gente en el mismo cuartito.

Me pidieron que me sentara afuera y esperara que llamaran mi nombre. Eran unas bancas de madera en pobre estado y no había techo, era un toldo que no filtraba bien el frío. Muchos niños enfermos esperaban también en las bancas, con chompitas que poco les cubrían, gorros, alguna manta. Todos esperando por un doctor, todos iguales, sin preferencias, ni urgencias. Más de una hora pasó para que me llamen y me atienda la doctora en una cuerto tan pequeño como el primero; con su escritorio, camilla y una repisa. Me mandó una inyección de Antalgina para bajarme la fiebre, porque ya habían pasado cerca de 2 horas y yo seguía en 39. Mi mamá fue a comprar la medicina y la jeringa. ¿Cuánto creen que costó?

Antalgina inyectable de 1 grm S/ 0.20 c/u (tenía que comprar dos)

Jeringa S/ 0.30

Aplicación S/ 1.00

Ya en casa, sana y feliz recuperada de la peor bronquitis del mundo me puse a hacer mi investigación y llamé a las 3 principales boticas de Lima. En Fasa la misma Antalgina cuesta S/ 8.90 c/u, la jeringa S/ 0.60 y la aplicación es gratis. En BTL S/ 9.20 c/u, la jeringa S/ 0.30 y no aplican inyecciones. En Inkafarma S/ 7.10 c/u, la jeringa S/ 0.30 y tampoco aplican inyectable. Estamos hablando de un promedio de S/17.20 comparado a S/ 1.70 un equivalente a más del 1000% del precio. El análisis de orina que me mandaron me costó S/ 3.00, el vasito para entregar la muestra S/ 0.40 y el certificado para el descanso médico S/ 2.00. En el Laboratorio ROE un examen de orina completo te cuesta S/ 38.00

Más fue lo que gasté en comprar el antibiótico que me recetaron, que lo que gasté en la consulta y análisis. Pero si nos ponemos a pensar ¿Valió la pena esperar más de 3 horas para recibir una atención promedio y medicinas a bajo costo? En este invierno frío, en un lugar poco abrigador, expuesta a otras enfermedades y con fiebre alta. ¿Lo vale?

viernes, 6 de julio de 2012

Marankiari: con M de Masato




Lo primero que hice fue abrir Google Maps y bus­car: La Merced. Luego calculé el tiempo que nos íbamos a demorar en llegar a la comunidad, revisé la página web de la compañía de trans­portes y procedí a la lista: zapa­tillas, repelente, gorra, cámara, caramelos de limón, linterna y pastillas para la alergia. Estaba muy nerviosa y continuamen­te llamaba a mi compañera de viaje para preguntarle si ella te­nía todo listo, si a mí me faltaba algo. La selva nos esperaba.

Llegué a la estación con 3 ca­jas pesadas llenas de útiles es­colares, con lluvia, cansancio y ansiedad. No siempre la paso bien cuando tengo que cruzar los 4,818 metros de altura de Ticlio, no había podido dormir la noche anterior pensando en eso, pensando en las cosas ra­ras que seguro me darían de comer y que obviamente debía aceptar. Pensando en el propó­sito de nuestro viaje, en que no sólo llevábamos útiles, no sólo llevaba repelente, pastillas y caramelos de limón; llevaba ilu­sión, alegría, educación y pro­greso empaquetados alfabéti­camente en 3 cajas embaladas con mi nombre.

Una vez en el bus, mientras todos dormían y yo golpeaba mi mp3 para que funcione y no morir de aburrimiento las 9 ho­ras de viaje pensé en el inicio de todo. Esa tarde cuando la profe­sora llegó y nos dijo que nues­tro examen parcial era realizar una campaña de responsabili­dad social para los niños de la Comunidad Ashaninka San Mi­guel, en Marankiari. Eran 48 los niños de 3 a 14 años a quienes ayudaríamos y que, a pesar de todas las necesidades que tie­nen en la vida, sólo quieren una cosa: estudiar. Es difícil llevar a cabo una campaña así, sobre todo cuando es un trabajo de todo el salón de clase donde, debo mencionar, yo no conocía a nadie.

Tenía muchas ganas de llegar y conocer a Jayki, él es el Pre­sidente Ejecutivo de Ecomun­do, organización conformada por los mismos jóvenes ashá­ninkas para promover el turis­mo en sus comunidades. La comunidad de San Miguel es la más organizada y sirve como modelo a otras comunidades, pues ya está comprobado que su manera de proceder trae beneficios para todas las fami­lias partícipes. Yo me contacté con Jayki al inicio de nuestra campaña, cuando nos dieron el nombre pero no teníamos dato alguno y era necesario que la página web sea lanzada para empezar a promocionarla. Me metí horas en el bosque curio­so de Google y llegué a su nú­mero de celular. Sin conocerlo, sin conocerme, llegamos a un entendimiento que fue más allá del saludo cordial, fue un inter­cambio de teléfonos, emails y facebooks dándome todos los datos que necesitaba. Sobre todo recuerdo cuando me acla­ró el nombre del distrito: Maran­kiari señorita, Marankiari, con M, con M de masato. Eran 72 familias, y sólo 24 eran partici­pantes y eran esas 24 familias, quienes nos esperaban.

Russell nos esperaba con la camioneta en La Merced. Un jo­vencito muy risueño de 21 años que nos recibió con un abrazo y con mucho sueño, pues nos estuvo esperando desde las 6 de la mañana y llegamos pa­sadas las 9. Tuvimos que via­jar otros 45 minutos para poder llegar a Marankiari y creo que nunca me había maravillado tanto con el paisaje; las nubes tan blancas resaltando en el cielo tan celeste, era imposible no emocionarse, no quedarse sin palabras. En silencio, el so­nido de nuestras cámaras de fotos reinaba y el color verde de los montes reventaba en las pantallas. ¿Cómo es que hay lugares así en nuestro país y nosotros pagamos cientos de dólares por ir a otros países? Por algo estamos aquí, por algo nos eligieron.

A medida que íbamos avanzan­do me daba cuenta que cada vez estábamos más arriba, lite­ralmente la camioneta subía el monte entre angostos caminos rodeados de vegetación. En ese momento yo pensaba que llegaríamos a la comunidad, entregaríamos las donaciones y luego, calabaza calabaza al hotel a bañarnos, descansar y luego a comer en el restauran­te. Pero no era así. Bajamos de la camioneta y dos amigos ves­tidos con cushmas nos dieron la bienvenida y nos invitaron a subir al monte hacia la casa de reuniones. De inmediato me di cuenta que mi físico de rellenita no me ayudaría en este viaje, pero tenía que ponerle buena cara a la situación, no podía ser descortés.

Luego de la ceremonia de bien­venida nos instalamos en nues­tro cuarto, dentro de la misma comunidad en la punta del mon­te y luego bajamos a la casa de Ana y Teófilo para tomar desa­yuno. Ellos eran la familia de­signada a atendernos durante nuestra visita. Nos sirvieron un rico pescado de río frito con yuca y té de hierbaluisa bien caliente para reponernos del viaje. Me contaba Teófilo que cada vez que va un turista es una familia diferente la que los atiende, de esa manera todos se benefician y respetan siem­pre el orden. Ellos se encargan del alimento y el hospedaje si es que el turista no quiere que­darse en la cabaña del monte. Me enseñó un cuaderno donde llevan registro de todos los vi­sitantes y me pidió mi teléfono, le prometí que cuando venga a Lima lo llevaría a comer pollo a la brasa. También me contaba que no reciben ayuda del Go­bierno, ni siquiera de las autori­dades de su provincia, que las personas en la ciudad se burla­ban de ellos por estar vestidos con cushmas, ahí van los indí­genas les dicen.

Han tenido que organizarse en­tre ellos, ver la forma de mejorar la infraestructura de su comuni­dad para poder recibir turistas y ofrecerles una experiencia única Asháninka pero a la vez, ofrecerles las comodidades que necesitan; agua, desagüe, electricidad. Mientras me con­taba eso y yo me chupaba los dedos comiendo mi pescado frito nunca lo vi entristecerse, al contrario, lo veía contento por­que estábamos ahí, porque lo escuchábamos, porque comía­mos en su casa, en su mesa, en sus platos.

Pasadas unas horas fuimos a la sala común y abrimos las cajas, contamos todos los úti­les mientras veíamos las caras de emoción de todos los niños. Nunca vi a alguien abrazar con tanta felicidad una caja de tém­peras, una lonchera, un cuader­no. Todo el malestar de la cam­paña, de la organización, las amanecidas, las peleas, todo eso se fue al olvido con esas caritas, con esas ilusiones.

Una vez que se fueron todos, me quedé sentada en la mesa con Norma, representante de los padres de familia, mamá de Gladys y de Marcos. Señorita, ¿tú sabes hacer animales con globos? –No- le dije y pregunté a qué se debía la pregunta. Me contó que le gustaba aprender cosas nuevas que incentiven la creatividad de los niños, cosas que veía en la tele y que pudie­ran darle un poquito de alegría. ¿Qué necesitas Norma? Aga­chó la cabeza y agarrándome la mano me pidió medicinas, herramientas para hacer mejor las manualidades y poder ven­der más cosas a los turistas, me pidió tiempo, tiempo para volver y enseñarle a los niños inglés, enseñarles a escribir, a leer, a sumar. ¿Quién te pide tiempo en esta época? Cómo decirle que no si me lo pide con el corazón de madre y también con el compromiso a su comu­nidad.

Jayki llegó con Nacho, otro jo­ven que me llevó al bosque a enseñarme cómo hacer una choza para poder cazar anima­les. No creo que para mí sea vi­tal saber cómo se caza un ani­mal, pero lo que sí fue vital fue nuestra conversación. Nacho tiene 23 años y está ahorran­do para poder ir a la universi­dad a estudiar ciencia forestal. Es el cuarto de seis hermanos y sabe que después de dar­le educación a los tres prime­ros es más difícil que sus pa­dres puedan darle educación. Además, él piensa en los más pequeños que tendrán menos oportunidades que él, por eso quiere estudiar, para encargar­se él de la familia. Y uno aquí, con todas las comodidades re­clamando por qué papá no nos presta la camioneta el fin de se­mana para salir a almorzar con las amigas.

De vuelta a la comunidad y lle­gada la hora de despedirnos, Jayki me abraza fuerte y me agradece todo lo que hemos hecho por ellos. Me pinta la cara de rojo con achiote y me regala un tzarato, un collar y una pulsera hechos por Norma que me mira con cara de tris­teza. Abrazo fuerte a Ana y a Teófilo agradeciéndoles todo lo que ellos me enseñaron y pro­metiendo que volvería pronto.

Siento mucha pena de dejar­los, pero al voltear siento que todos se ríen de mí a escon­didas. Nacho, con su cara de travieso, me dice que la estrella que me pinté en el brazo con el jugo transparente del huito se pondrá color azul en unas horas y que, no sólo con eso, me durará cerca de dos sema­nas el tinte. ¡Menos mal que no te pintaste la cara Fátima! Me olvidé de todo y solté una carcajada, me habían hecho la trampa y a sabiendas me deja­ron pintarme el brazo; llegaría a Lima con una mancha –que yo sigo afirmando tenía forma de estrella- gigante en el brazo. La mancha de la travesura.

Y así, subiendo al mototaxi y despidiéndome de todos los ni­ños empezó la bajada del mon­te hacía la civilización. Entre los arbustos, el travieso Nacho nos miraba con una sonrisa de nos­talgia, como si se despidiera de los amigos de la vida, de los amigos de años, de la familia. Y cargando mi saco de paltas, mandarinas, plátanos y mucho café famoso de Chanchamayo, mirando por el espejo me des­pedí de ellos. Me despedí de la comunidad, de los amigos, de los niños ju­guetones, de Teófilo, de Ana, de Jayki y de Norma. Me des­pedí de mi familia. Mi viaje no fue sólo un examen parcial, no fue sólo una nota; fue una clase privada de cómo ser humano.


viernes, 29 de junio de 2012

En La Ceguera Y En La Verdad

Cuando estás gileando a alguien y estás en el típico cuestionario sobre tu color favorito, qué películas ves y cuántas relaciones has tenido, siempre sale la frase soy súper honesto, nunca miento y no me gustan las mentiras. El marketing personal es increíble en la primera cita, todos editamos nuestros pensamientos para que nuestras respuestas lleguen sólo con "la verdad" y lo peor viene cuando la otra persona te dice ¿Es en serio? a ver, cuéntame algo que nadie sepa y tú dices ¡Ah!, cuando llueve, me encanta salir y caminar y pensar en la vida. Ni tu mamá te cree eso.

Hace unas semanas en una de mis clases nos dejaron ver una película, Los Ojos de Julia, un thriller psicológico español con la grandiosa Belén Rueda. Para variar mis carismáticas amigas dijeron que era malísima y se burlaron de mis gustos cinematográficos por Facebook. Pero como soy picona -y digo la verdad- no podía quedarme con los brazos cruzados ante "el ataque" y como tampoco me tomaron el examen pues entonces ahora ustedes, mis queridos lectores, pagarán el pato y se comerán mi apreciación.

No quiero hablar de Julia, de su ceguera, de la muerte o del engaño de las situaciones de la vida. Quiero hablar del asesino. ¿A caso tú sabes lo que es ser invisible, pasar por el lado de alguien y que nadie te mire, que se tropiecen contigo? Y mientras escribo esta crónica y recuerdo esta pregunta y en mi mente veo sus ojos vacíos en la oscuridad y llenos de dolor, agonía, ira y venganza, pienso y me quedo sin aire, porque sí, sí sé que es eso y quien no sabe lo que es, estoy segura, ya hubiera dejado de leer estas líneas.





Ser invisible. ¿Nunca han visto esas películas americanas donde el chico lorna está en el gimnasio y es el último en ser elegido para el equipo y que encima el que lo elige pone una cara de por la puta madre y al final es el lorna quien recoge todas las pelotas y aun así está feliz porque es parte del equipo? Y cuando ves esa película comiendo canchita no te cagas de la risa del pobre loser y lo señalas y gritas ¡loser! y tu enamorada o enamorado te dice no te burles ¿Nunca te ha pasado? y tú respondes a mí nunca me ha pasado eso y te sigues carcajeando. A mí una vez me hicieron esa pregunta, la diferencia es que yo no me estaba riendo y nadie en el grupo de amigos que veía la película emitió sonido ante mi respuesta. Nunca más me vieron igual.

Una vez estaba en el colegio y estaban haciendo equipos para los partidos de volley. Yo nunca fui gran deportista, me gustaban los deportes sí, pero siempre fui más gordita que el resto y mi problema bronquial no era de gran ayuda en mi físico. No sé si tenía amigas, no sé si la palabra amiga en ese momento existió o fue comprendida como debería ser comprendida. No recuerdo si éramos muchas, si éramos pocas, si fue un lunes o un jueves, si fue a la hora de educación física o si fue para las olimpiadas. Lo que recuerdo es la cara de por la puta madre de la hija de puta que tuvo que chantarse mi presencia en su equipo.

Junto con la película nos dejaron leer el súper entretenido cuento de Mario Benedetti “Los Pocillos” que trata sobre un ciego cuernudo, la pendejita de su mujer y el sin vergüenza del cuñado y me dijeron que mi análisis estaba ahí no más. Bueno, volviendo a la verdad de mi piconería y que me la agarro con ustedes, haré mi comentario respectivo que va de la mano con la invisibilidad pero del otro lado, del lado de los que no quieren ver lo que pasa frente a sus narices.

No es necesario que tengamos una condición física para que no veamos las cosas que suceden, porque suceden y están ahí y no se irán y cuando las tapamos con un poquito de tierra, o las hundimos bajo un terral, en algún momento el viento se lleva todo y aparecen y cómo las evitas, cómo las vuelves a tapar sin que esto no te atormente. Como la película del niño loser, que la ves en todo momento. Es verdad -otra vez la verdad- tenemos muchas cosas y muchos secretos, no queremos darnos cuenta de nuestros errores y seguimos saliendo con el mismo chico que nos causa dolor, seguimos perdonando al que se tropieza con nosotros y no se disculpa, seguimos frecuentando el mismo trabajo que no nos gusta, comemos grasa cuando nos ataca el colesterol, mentimos, sí, mentimos a los demás y peor aún, a nosotros mismos.

Pedimos honestidad al mundo y mentimos siempre. Pedimos que nos vean, que nos reconozcan y le hacemos la ley del hielo al chico nuevo del trabajo o de la clase porque no lo conozco y se ve medio pavo. Pedimos que nos escuchen, que nos entiendan, que se pongan en nuestro lugar y cuando nos piden un almuerzo para conversar, un mensaje de texto o simplemente ir a un paseo familiar, decimos que estamos muy ocupados o que tenemos muchas cosas en qué pensar como para cargarte con otras. Soy honesta, al menos esta vez. Porque todos somos ciegos y todos somos invisibles y el que diga que cuando llueve le gusta salir, caminar y pensar en la vida, es un huevón. Ésa, es la verdad.


sábado, 23 de junio de 2012

Tenedor y cuchillo: de afuera hacia dentro



Siempre he sido tosca, un poco ruda, medio lorna y hay un lado al que le llega todo. Cuando era chica, siempre tenía las rodillas raspadas porque andaba por el piso jugando. Moretones porque jugaba a las mechitas con mis hermanos. Si bien me encantaban las muñecas, maquillarme y cambiarle los pañales a mi chichobello, no me podía perder un capítulo de GI Joe.

A mis casi 29 años me sigo tirando un chancho después de tomar gaseosa. Pongo los codos en la mesa. Camino sin zapatos y subo los pies al mueble. Si me pica, me rasco; si me da risa, me carcajeo; si me molesto, grito y te mando bien lejos. No pienso cambiar quien soy, pero he de admitir que aunque tanto me molestaba hacerlo de niña, saber un poco de etiqueta no hace daño a nadie.

A veces pensamos que no es importante, que si uno aprende la manera correcta de cómo sostener una copa de vino entonces se cree pituco o se cree más que los demás, que es posero o ridículo. Digamos que, si la sostengo mal, mi vino se calienta, entonces si la sostengo bien, lo disfrutaré más. Además, ¿a caso pituco es equivalente a tener modales? Le podemos preguntar a Celine Aguirre a ver qué opina.

Una vez hace unos años fui a un matrimonio donde sólo conocía a la novia, me acompañó un amigo. Nos sentamos en la mesa donde compartimos con los familiares de la novia. Como llegamos un poco tarde, si me siento en una mesa llena, es señal de respeto saludar al resto, pero ¿y si no me devuelven el saludo? El caballero de mi derecha levanta el vaso de whisky y le pide al mozo que le sirva más vino. El mozo, muy atento, le hace una señal para que baje el vaso y procede a servirle en la copa correcta. El "caballero" indignado le dice que si no ha estudiado en el colegio, que él le está poniendo el vaso y en cambio le sirven en copa. El mozo sonríe, sirve en el vaso y se lleva la copa.

Mientras veíamos que todos bebían vino en vaso y gaseosa en copa para agua, nosotros poníamos la servilleta de tela en nuestras piernas. Una dama sentada frente a mí se ríe al verme hacer eso y cuelga la suya en su escote. Nos traen una entrada y otro caballero le pide al mozo que "se lleve tanto cubierto, con uno basta" Tomé un poco de agua para poder pasar el nudo en la garganta. Nosotros tomamos el tenedor y cuchillo que estaban hacia afuera y procedimos a comer poniendo al terminar, ambos cubiertos juntos de manera diagonal. Los demás encajaron el cuchillo dentro del tenedor y los pusieron como una gran X sobre el plato.

¿Sería posible que nosotros éramos los bichos raros y la gente, realmente rajaba de nuestra manera de comportarnos en una mesa? Un poco ofendidos nos retiramos temprano después de saludar a los novios.

En mi casa como con cuchara, echo el arroz dentro de la olla para que se moje bien con el juguito del pollo, tomo gaseosa del pico de la botella y lamo el cuchillo. Repito, EN MI CASA.

Tips para que podamos causar una buena impresión cuando estemos en una reunión de trabajo, cena familiar o peor aún, cena con los suegros:

- Si te sirven pan, te lo pondrán a tu lado izquierdo. No lo abras y le metas todo adentro como sanguchito. Rompe un pedazo, le pones la mantequilla y te lo metes todo a la boca. No lo muerdas como si fuera tu francés con dorina.
- El vaso chato redondo es de whisky, el vaso redondo largo es de ron o de gaseosa, si te ponen dos copas, la pequeña es para el vino, la más grande es para el agua.
- Si ves más de un cubierto en la mesa, los de afuera son para el primer plato, los que están adentro (es decir, más cerca al plato) son para el plato de fondo.
- Cuchillo con serrucho es para carne.
- La servilleta de tela es de adorno, no te limpies el ketchup que derramaste en tu polo con eso. 
- Si te limpias la boca, limpia los lados, no te pases la servilleta por toda la boca como si te faltara pinesol.

El único caso salvable es el pollo a la brasa. Ahí sí, chúpate el dedo comiendo el alita y lámete la mayonesa del codo.