miércoles, 28 de noviembre de 2018

El Cebiche del triunfo




¿Les ha pasado que cuando terminan una relación les cuesta mucho hacer las cosas que hacían juntos? (Y entiéndase una relación a cualquier tipo de relación, no solo amorosa). Intentan, prueban hacerlo, tratan de participar, pero es simplemente demasiado doloroso...

De repente sonará absurdo o ustedes pensarán que soy una huevonaza, pero cuando se acabó mi última relación estuve casi 5 meses sin poder comer pastas... ¡Yo sin comer, pues! Pero es que me era demasiado difícil. Tenía hambre -obviamente que sí- pero al ver la comida lo único que mi cerebro hacía era recordarme cuando él lo cocinaba para mí, cuando yo lo cocinaba para él, cuando tomábamos fotos a los platos para la web, cuando lo visitaba en el restaurante y llevaba a mis amigos y me sentía orgullosa de su comida. Un plato de pasta (o varios platos) simbolizaban lo bonito de una relación, pero lamentablemente también simbolizaban la ruptura más horrorosa que he pasado. Así que, la pasta estaba prohibida en mi vida.

Pero no solo eso... ustedes saben que yo amo cocinar, que aprendí a disfrutarlo y luego me volví muy buena y me aprendí los videos de Tasty y tengo mi cuaderno cuadriculado de colores en espiral lleno de recetas escritas a mano, como toda una señora y que está manchado obviamente pero no lo puedo descartar. Entonces, ¿cómo se suponía que iba a seguir teniendo ganas de cocinar? Cocinar también era el sinónimo de muchos recuerdos y era aún más difícil porque mis skills mejoraron con sus indicaciones y me hacía acordar cuando yo preparaba cosas nuevas y luego las publicaba en su web. Cocinar también estaba prohibido en mi vida.

¿Cuándo entonces es el momento en que uno AVANZA? Al principio me mataba pensando cuándo, cuándo, cuándo, cuándo... y desgastaba mi energía, mis pensamientos en obligarme a superar las cosas o simplemente las evitaba y me hacía como que no pasaba nada y luego cuando me encontraba cara a cara con las situaciones que me eran difíciles me quebraba por completo. ¿Cuándo entonces superas? ¿Cuándo es que un día simplemente ya pasaste la página? ¿Cuándo sonríes de nuevo?

La respuesta es simple: cuando TÚ decides ponerle el pare. Mi breakup fue atípico -como toda mi relación- yo no tuve un cierre, no tuve explicaciones, no tuve nada, me quedé en el aire entonces eso también dificultó las cosas... hasta que un buen día, después de llorar y llorar y odiar al mundo y caerme y quedarme en el fondo, decidí avanzar. Así que yo misma puse el fin y decidí que era tiempo de empezar de nuevo.

Empezar de nuevo... ¿Qué flojera, no? Hacer tooooodo de nuevo... encima que soy una bestia para las citas. ¡Qué flojera! ¡¡Pero lo más importante era volver a comer!!

Una noche, en un matrimonio estábamos celebrando y siendo felices -con mucho alcohol- y a la hora de la cena me senté a comer con mis amigos y a la mitad del plato me di cuenta que estaba comiendo lasagna... pero no solo eso, la estaba disfrutando. No me dio pena, no me dio tristeza, no lo asocié a nada. Era simplemente una lasagna buenaza. ¡Salud por eso vamos por otro plato!

Luego vinieron los tallarines saltados, los rojos y los ravioles... ¡vino la pizza! LA PIZZAAAAAAA. Empecé a salir, a disfrutar de las cosas, dejé de llorar... empecé a sonreír, amigos. Pero admito que aún tenía miedo de meterme a la cocina y enfrentarme a los recuerdos más grandes.

Cómo son las cosas que ayer, martes 27 de noviembre, me invitaron a un evento de Twitter llamado #LaCocinaDeTwitter, en un restaurante. Yo pensé que solo nos iban a contar las novedades y luego nos alimentarían, ¡pero no! Resulta que teníamos que cocinar.

Así que tenía dos opciones:
A) Decir que no podía asistir y perderme una gran oportunidad de aprendizaje digital y no enfrentar mi miedo.
B) Agarrarme bien los huevos, enfrentarme al cambio y SUPERAR.

¿Qué era lo peor que podía pasar? ¿Que me ponga a llorar en plena reunión? ¿Que salga corriendo y me regrese a mi casa a lamentarme? ¿Que me salga horrible? ¡Qué chucha pues, QUÉ CHUCHA! La opción B fue la ganadora y fui.

Ponerse el mandil, los guantes, escuchar la charla del chef, agarrar el cuchillo y empezar a cortar el pescado para el Cebiche... ¡Qué difícil concha de su madre! Lo único que tenía en la cabeza mientras iba preparando era su cara diciéndome lo que tenía que hacer... pero luego respiré hondo, me concentré en lo que tenía que hacer y todo eso que me estaba bloqueando desapareció. Me empecé a afanar con la sal, la pimienta, mover, mover, mover, limón, mover, ají, mover, ¡no dejar que se recocine! Mover, mover, leche de tigre, cebolla, más ají y mover... Agarrar el plato, poner la lechuguita, el choclito, colocar el camote, poner mi preparación, limpiar los bordes, presentarlo y decir LO HICE.

Mi Cebiche fue un éxito, tuve la aprobación del chef, a mí me gustó, a mis amigos les gustó, pero lo más importante es que lo hice. Yo lo hice. Yo tomé la decisión y lo hice. Pero sobre todo, amigos, me tomé mi tiempo.

Comenzar de nuevo es difícil, da mucho miedo, el no saber qué va a pasar es aterrador, pero si no lo hacemos, nunca sabremos las cosas grandes que están por llegar, no disfrutaremos las cosas bonitas que están ahí esperándote, ¡listas para ti! Así que, si estás pasando por lo mismo, tómate tu tiempo y cuando te sientas lista, agárrate los huevos, respira hondo y lánzate a la aventura. Que un Cebiche del triunfo te estará esperando. 

domingo, 9 de septiembre de 2018

Ya toca sonreír de verdad

Me pasa que cuando alguien me ve triste me dice "pero si tú siempre paras sonriendo"... Eso solo puede explicar una sola cosa: nadie sabe lo que realmente pasa por la cabeza de una persona. NADIE.

Aprendí a reírme de mí misma porque era más fácil lidiar con las situaciones. Siempre se han burlado de mí y al hacerlo yo primero le cortaba la entrada a los burlones y yo terminaba siendo la divertida, la graciosa, la que tiene correa... Creo que al principio fue por tapar dolor, pero eventualmente me di cuenta que mis "desgracias" hacían reír al resto. ¿Qué bonito se siente hacer reír a alguien, no?

Así nacieron las infinitas historias de "Conversaciones profundas" en mi Facebook, luego los videos, luego este blog, hasta mi fan page... Para llenar de historias divertidas las redes sociales y hacer que la gente se ría a raíz de mis dramas existenciales y travesuras que me juega la vida. Así me ve la gente, así me dejé ver...

Pero ahora pasa lo contrario y después de muchas batallas en mi mente, he aprendido a decir ESTOY TRISTE. He aprendido que estar triste es normal, que está bien no tener ganas de hacer nada, que no tiene nada de malo llorar, pero sobre todo aprendí a que está bien tomarte tu tiempo para pararte y volver a sonreír.

Este año ha sido uno de los más difíciles en mi vida. Ya había pasado por temas jodidos, visitas a terapia, ansiedad, pastillas y relaciones tóxicas... pero aún así, siempre me mantuve como la más fuerte del mundo, la que nunca se cae, la que está ahí al frente, cuidando a su gente, sacando la cara, animando a todos a seguir. ¿Saben qué? Llegó un momento en que solté mis armas y me dejé caer. Este año me hundí en la peor depresión que he podido enfrentar.

No tienen idea lo que es llorar toda la noche sintiéndote una porquería (esa es la palabra) y luego ir a trabajar con una sonrisa o sentarte a la mesa a almorzar con tu familia diciendo que todo está bien. Es horrible mentirle a la gente que quieres y es absurdo porque se suponeeeee que la gente que quieres siempre se va a preocupar por ti y te va a ayudar, pero el tema es que siempre yo puse al resto antes que a mí. ¿Qué van a pensar? Se van a preocupar. No puedo llenarlos con mis problemas. Soy una carga. No les va a interesar. No puedo hacerles esto... ¿Se han sentido así? 

Todo empezó el año pasado con mi crisis de los 30 (que llegó a los 34), cancelé mi reunión de cumpleaños, pasé las 12 llorando con mi mejor amiga porque sentía que tenía 34 años y no había logrado nada, que estaba en nada, que no avanzaba ni sabía a dónde tenía que ir. 

Volví a terapia, compré libros de auto ayuda, empecé a hablar más mis cosas, a relacionarme con otro tipo de personas, me enfoqué en mi trabajo y traté con todas mis fuerzas de mejorar, pero nada funcionó y cada vez me sentía más miserable. No entendía qué era lo que estaba haciendo mal. ¡Yo quería mejorar! ¿Por qué no pasaba nada?

Y de pronto llegó nuevamente mi cumpleaños, 365 días después de mi crisis y toda mi vida cambió. En estos 4 meses he soltado los secretos más oscuros que tenía guardados, me mudé de mi casa y terminé la relación más importante que he tenido. Tuve días en donde no veía la luz, mi cabeza estaba bloqueada, no podía pensar y solo lloraba. Mi corazón estaba completamente roto.

Pero, ¿saben qué aprendí de todo esto? Aprendí que tengo una gran familia y los mejores amigos del mundo, porque son momentos como estos los que te demuestran quiénes realmente están ahí para ti, quiénes realmente te son leales. Aprendes a valorar esos mensajes para saber cómo estás, aprendes a dejar que te cuiden, ¡tú ya no tienes que cuidar al resto! Está bien dejar que los demás se preocupen por ti, que te atiendan... pero sobre todo, aprendí que solo YO me puedo cuidar. 

Estar triste es una gran cagada señores, ¡lo es! Pero solo así podemos valorar las cosas bonitas y buenas. Solo así puedes reírte con ganas, puedes amar plenamente, puedes ayudar al resto. 

¿Sigo triste? Sí, un poco, no como antes pero a veces me caigo y qué feliz me hace saber que tengo gente que está ahí para ayudarme a levantarme. Y qué bien me hace, también, saber que los que no están conmigo, realmente no me merecían. Así que, ya saben, cuando alguien te diga "no logras nada llorando" lo que debes decir es: ya lo sé, pero ME AYUDA A DESCARGAR MI PENA. 

¡No se preocupen que la sonrisa aún sigue! Los dramas en mi vida seguirán y yo seguiré contándolos de la manera más sarcástica y burlona posible. Porque no importa lo mal que la pases, si tienes con quiénes reír de verdad, todo vale la pena y los corazones rotos, se van curando...

viernes, 1 de junio de 2018

Las zapatillas de ballet

Hace unas semanas mi sobrino Fabricio de 3 años estuvo en casa. Es una bala; volteas 5 segundos y ya desapareció. Es aventurero, le encanta explorar, ensuciarse, saltar en los charcos, comer la galleta que se cayó al suelo. Uno de sus lugares favoritos es el jardín de mi mamá, que está pegado al cerro... a nosotros nos aterra que esté ahí porque se puede caer por tratar de treparse o golpearse con alguna piedra. Pero cuando le preguntas qué está haciendo, te dice que está en búsqueda de huesos de dinosaurios...

En cierto momento se portó mal y le dije que ya no podía subir a explorar. El berrinche típico de esa edad comenzó y me gritó que quería ver los huesos de dinosaurios, y en un acto desesperado y frustrado por tener disciplina le dije "No existen los huesos de dinosaurio". Me miró decepcionado y se fue.

Después me puse a pensar, ¿cuántas veces hemos dicho cosas por decir, de impulso, del momento y no nos damos cuenta que, literal, matamos las ilusiones? Y no me refiero solo a los niños, en general y de la manera más inocente. 

¿Para qué quieres un carro si ni manejar sabes?
No creo que llegues a ganar.
No es que seas malo, pero de repente no te da para más.
Ni cagando.
¿Por qué no te dedicas a otra cosa?
Papa Noel no existe.

Y así, así, así... una lista interminable de cosas que decimos para frenar las acciones. Y claro, es cierto, a veces no somos buenos para algo o los sueños son muy grandes o irreales o ilógicos pero, ¿quiénes somos nosotros para determinar hasta dónde pueden llegar los sueños de los demás?

Cuando estaba en el nido mi mamá me metió a hacer ballet. Creo que es algo "natural" que las niñas a partir de los 3 años se pongan a estudiar ballet. La verdad es que nadie me preguntó, simplemente me metieron porque las otras niñas también estaban en eso y como siempre he sido muy soñadora pues yo estaba feliz. Tenía un leotard celeste con una cinta azul en la cintura (porque a esa edad sí tenía una), también uno rosado y varias falditas de tul. Mis medias también eran rosadas y mi red para el cabello negra. Al inicio usaba unas zapatillas negras que eran solo para práctica.

Al principio era súper divertido, estaba con mis amigas del nido, podía bailar, me relajaba y conocía otras cosas... Además, era algo muy de niñas y yo estaba acostumbrada a estar con mis hermanos hombres entonces me sentía en el lugar destinado a mi.

Un buen día le dijeron a las mamás que tendríamos la primera presentación, creo que era en La Gata Caliente, y todas nos emocionamos porque actuaríamos frente a mucha gente y además tendríamos vestuarios lindos. El día de comprar las zapatillas de ballet oficiales había llegado. Todas las niñas se probaban las suyas y torpemente trataban de pararse de puntas. ¡Se veía tan lindo! Mi turno llegó. Sacaron los modelos y me los probaron, mi mamá no estaba. Cuando tenía los zapatos puestos, que me dolían como la mierda, la profesora y la vendedora dieron unos cuantos pasos hacia atrás y se quedaron mirándome...

Mis ojotes estaban abiertos tratando descifrar por qué me miraban tanto. Luego me di cuenta. No se fijaban en mí, se fijaban en mis pies. "Tienes los pies chuecos, muñeca. Nunca podrás bailar ballet". Y mientras una murmuraba a la otra y las otras mamás me miraban con pena y las otras niñas se reían, yo me quitaba las zapatillas y las dejaba a un costado. Nunca más regresé.

No me acuerdo qué excusa le di a mi mamá; si no me gustaba o ya no quería ir o no sé, no lo recuerdo... solo recuerdo que las demás se presentaron en La Gata Caliente y yo no.

Y así igual fue con las clases de charango, de guitarra, de piano, de aeróbicos, de basket, de volley y etc, etc, etc... Por un lado siempre había un pero y por otro mi papá me decía que yo podía hacer cualquier cosa. ¿Quién tenía la razón entonces?

Nunca terminé algo en la vida, nunca pude concluir muchas cosas porque siempre algo me lo impedía y después de muchos años me di cuenta de qué era ese algo: ERA YO. Yo misma me ponía las trabas, los impedimentos... no se trataba de no tener la capacidad para hacer las cosas, la habilidad, las herramientas, no se trataba de no tener los pies. Si yo hubiera querido, lo hubiera podido hacer a pesar de las deficiencias.

¿Te has preguntado cuántos sueños has dejado de cumplir solo por miedo? ¿Por miedo de ser la diferente? ¿Por miedo a que se burlen de ti o te critiquen? Creo que nos hace mucha falta aprender a decir YA QUÉ CHUCHA y simplemente lanzarnos a nuevas aventuras. 

Cuando empecé a creer en mí terminé mi carrera, aprendí a hacer las recetas de Tasty, armé mis freelos, me compré un carro, conseguí mi asenso... logré publicar este blog ♥

Y aunque a veces me falta el aire y siento que no sirvo o que mis sueños son muy irreales, al menos ya no veo los peros, ya no veo las limitaciones, solo veo nuevas oportunidades. Más difíciles tal vez, pero cuando llegue a la meta... se sentirá como tener las zapatillas de ballet bien puestas en mis pies chuecos. Mis pies perfectos para mí.

domingo, 15 de abril de 2018

Una cita conmigo

Cuando terminé con Diego, hace 10 años, no podía hacer nada sola. Era súper difícil el simple hecho de sentir que, desde ese momento, todo lo tenía que hacer sola. Tenía que estar buscando a alguien para que me acompañe todo el día, ¡hasta para ir a un cajero! Me sentía una inútil. ¿Les ha pasado? Ese feeling de que no puedes hacer nada si es que no tienes a alguien al costado, que no puedes resolver problemas, que no puedes enfrentarte a situaciones. Literal, yo me sentía una huevada sin sentido y dependiente al grado máximo.

Poco a poco empecé a "enfrentar al mundo" pero no porque me daba cuenta de mi error sino porque no había otra; o hacía yo misma las cosas o me jodía. Así que ni modo.

Varios años después me fui a almorzar con una amiga y ella me contaba que a veces, cuando tenía que hacer tiempo para esperar a su novio, se iba al cine sola. Yo pensé, una cosa es hacer tus cosas sola, que es lo más normal, y otra es ir al cine sola, no seas pendeja. Pero ella me decía que no tenía nada de malo ni de raro, ella disfrutaba mucho estar con ella misma, tener su espacio, su tiempo y hacer lo que le gustaba, ver la película que le gustaba y comer lo que a ella le gustaba. Y luego me miró y me dijo "¿no te gusta pasar tiempo contigo misma? ¿no te gustas?"

Todo el camino a mi casa me quedé pensando. ¿Me gusto? ¿Disfruto de estar conmigo misma? ¿Me quiero? ¿Me acepto? Todas mis respuestas eran negativas. Por mucho tiempo yo viví pensando que el problema del mundo era yo, que todas las cosas que no funcionaban eran por mi; yo no era suficiente, no valía la pena, no era perfecta, no era flaca, no era bonita y así y así y así... entonces, ¿cómo podía yo disfrutar de estar conmigo? Mis momentos de soledad eran los peores del mundo y vivía deprimida, ya no era un tema de hacer cosas sola sino un tema de aprender a convivir conmigo misma. Yo me odiaba.

Fui a terapia por mucho tiempo, me ayudó en muchas cosas, en otras me quedé a la mitad del camino. No sabía por dónde tenía que empezar a aceptarme y me cuestionaba mucho por qué no podía relacionarme con las peronas y la típica pregunta "¿por qué chucha no tengo enamorado?"

Una tarde saliendo de dar clases tenía que hacer varias cosas y me sobraba mucho tiempo, entonces decidí empezar a caminar... caminé como media hora con mis audífonos, de ahí me dio hambre, entré a comer una hamburguesa, no tenía Internet así que, básicamente, no podía hacer otra cosa que estar conmigo misma. ¡Y no estuvo nada mal!

Al tiempo conocí a Renzo, él siempre me decía si no estoy bien conmigo, no voy a estar bien con nadie. Yo trataba de entenderlo pero me costaba, pensaba ¿por qué no quiere estar conmigo en sus momentos libres? ¿Qué hay de malo en mí? Hasta que me di cuenta que querer estar con uno mismo NO TIENE NADA DE MALO. 

Empecé a pensar mmmm... de repente no es taaaaan malo ser yo misma. Comencé a reirme de mis defectos, ¡me di cuenta que soy divertida! Me empezó a ir mejor en el trabajo, conocí a nuevas personas, empecé a socializar y me daba cuenta que cada vez sonreía más. Cada vez era más fácil todo y entendía lo que Renzo me decía y cuando dejé de ahogarme por las huevas, los dos empezamos a respirar y empezamos a crecer. 

Entonces llegó la prueba de oro; fui al cine sola. Estaba en el micro y simplemente dije bájate ahora mismo y anda al cine. Entré y en la boletería me dijeron "solo tenemos lugares de 1 porque está lleno" Sí está bien, vengo sola. Toooodo el mundo volteó a verme. La gente habrá pensado qué tal loser esta chica que viene sola al cine. Pero, ¿saben qué? Que me chupen un huevo. Yo entré feliz con mi cancha tamaño gigante para comérmela sola sin que nadie me quiteeeeeeee y disfruté como nunca de una pela de Disney, de las que me gustan, de las que me encantan. Sin que nadie me diga que por qué las veo o por qué elijo esas películas. Puta madre, fue la mejor cita.


Y así, aunque me digan que estoy loca, cada cierto tiempo disfruto de ir al cine sola, de salir a comer sola, al teatro sola, caminar, ir en auto o lo que sea... aprendí que estar conmigo y estar bien es lo más bonito del mundo. Me encantan mis momentos conmigo misma, hasta disfruto de estar en el micro con mis audífonos. Algunos me dicen que ya estoy tocando los límites de lo antisocial porque no me gusta convivir con otros jajajajaja pero ya pues, ¡qué chucha! Lo que importa es que ya me acepto, pero más importante es que ya sé que soy una chica de la puta madre. ❤

jueves, 15 de febrero de 2018

Esta vez le toca a mamá

La mayoría de mis aventuras son con mi papá, es más, por él nació el nombre de este blog; no suelo escribir mucho sobre mi mamá. Creo que hoy es una buena oportunidad para hacerlo. Les voy a contar de Juanita.

Cuando me preguntan cuál es el primer recuerdo que tengo de mi mamá siempre voy a responder: mis cumpleaños. Es por ella que yo amo tanto celebrar mi cumple, ese afán de querer hacer algo super bonito, de decorar, de la torta, los complementos, la planificación. ¡Ella es la causante! 

La preparación empezaba meses antes; ella iba guardando los conos de papel higiénico y los vasitos de yogurt Milkito. Como es una destroyer tejiendo, se ponía a armar fundas para los conos, que luego se convertían en curiosos cocodrilos y los vasitos tomaban la forma de perritos, conejos, ratones y gatitos. Yo la ayudaba a pegarle los ojos y las lenguas. Una vez listos los llenaba de golosinas y esas eran las sorpresas para los invitados. También hacía mini carteritas y las colgaba todas en una canasta de mimbre a la salida de la casa, para que al irse, los invitados se lleven una.

Algunos años fueron más ajustados que otros pero yo siempre tenía un vestido nuevo ese día. ¡Mi mamá me lo hacía! Obviamente estaba lleno de bobos y encajes, pero yo resaltaba, me lucía, era la princesa del cumpleaños. Con mis medias rojas cubanitas y mis zapatos de charol con correita. Con mis dos colas y mi cerquillo horrendo. La felicidad total a los 5 años.



Pero el tema no terminaba ahí; toda la comida que se servía era preparada en casa. La gente ya no se acuerda cómo era antes, ahora simplemente contratas un catering que compra Sublimes, les quita la envoltura y les pone una nueva con el nombre del critter y su personaje favorito. ¡No señores! Antes toda la familia se juntaba para preparar TODO. 

Se preparaba gelatina, mazamorra, arroz con leche, chicha morada -de verdad, no de sobre-, y a los adultos se les ofrecía comida: bien podía ser un escabeche, arrocito con pollo, ají de gallina o ravioles en salsa roja. Las únicas cosas que se compraban eran: Chizitos -que antes tenían tamaño decente-, arrocillo, marshmellows de colores, chupetes Picolines, canchita preparada en olla con aceite y galletitas Miami. ¡No había gaseosa! Todo lo preparabas o te ibas al Mercado Central a comprar todo a granel, al por mayor, sin miedo de pensar que podían venir con salmonela o con algún virusillo.

La torta también era preparada en casa y siempre de chocolate, ¡obvio! Lo típico era ponerle coco rallado encima, ése era un "upgrade", el toque de clase que diferenciaba tu torta de cualquier otra. Pero este cumpleaños fue distinto, entre mis hermanas mayores me prepararon una torta alucinante: era una casita hecha de dulces, ¡como la de Hanzel y Gretel CSM!



Mi mamá dirigía: tú la torta, tú la chicha, tú limpia aquí, tú pon los globos, tú decora... todo tenía que salir perfecto y así era, porque todo lo hacía mi mamá.

Mi mamá se aprendía las coreografías que pasaban en Yola para enseñármelas. Me llevaba a mis clases de natación, baskett y computación. Se la pasaba conmigo en los juegos, en la piscina del club, comíamos helado en La Vaca Jacinta y mientras ella regaba yo paseaba con mi bicicleta de esquina a esquina. Mi mamá siempre, siempre, estuvo ahí. Gracias, má.

domingo, 4 de febrero de 2018

La la land



No, no me creo Emma Stone ni tampoco me creo una artista de Hollywood. A lo mucho puedo llamarme cantante de ducha, escritora de crónicas divertidas, catadora profesional de pollo frito. Pero hoy, mientras miraba el techo de mi cuarto en plena oscuridad, solo acompañada del sonido del ventilador y los suspiros de mi perro al dormir abrazado de mi pierna, recordé una mini versión de La la land en mi vida, hace unos cuantos pero no tantos años.

Nos conocimos muchos años antes de esta historia, aunque nos veíamos poco nos hicimos muy buenos amigos, hasta llegamos a viajar juntos una vez. Nunca pasamos de un par de besos, siempre acompañados de un vaso de Whisky y buena música. Honestamente nunca nos vimos como "algo más"; éramos grandes amigos, disfrutábamos la compañía del otro, ambos extraños, ambos soñadores, ambos locos.

En cierto momento yo estaba bastante flaca -sí, créanlo, era flaca, iba al gym, IBA AL GYM- y decidí hacerme una sesión de fotos, como él era la única persona que conocía que estaba metida en todo este asunto pues le pedí que las tomara. Así comenzó todo...

Primero fueron las fotos, luego fue "hay que revisar las fotos", luego un "¿me recoges más tarde?" Sin darme cuenta pasaba, literal, todo mi día y todos mis días con él. Esto ya no era un tema de solo amigos. 

Creo que deberíamos empezar a salir. Esa frase me aterró, no por el hecho de salir con alguien sino porque no nos conocíamos bien. Como dije, las veces anteriores fueron efímeras, siempre salíamos solo a divertirnos, siempre tomando, siempre en joda, en tontería. Nunca hubo algo serio. Y en ese momento, nuestros tiempos juntos eran de diversión, de compañía. Yo no quería que realmente me conozca.

Él era el típico soñador, futuro director de cine, artista innato, con una imaginación y creatividad increíbles. Yo no tenía en claro qué hacer con mi vida, recién estaba empezando a cantar y él me ayudaba en todo lo que podía. Para mí él era perfecto y yo lo era para él. 

Una noche no podía más con mi vida, me sentía abrumada, exhausta, ansiosa y sola. Pensaba en cómo haría para resolver todos mis problemas, todas mis dudas existenciales y lo peor es que no tenía con quién hablar. ¿Cómo iba a contarle a él todos mis problemas? Se enteraría de quién realmente era; una chica depresiva, ansiosa, que llora de todo y que se hace un mundo de la nada. Ya no sería perfecta.

Aún así, tomé el teléfono y le dije para ir a su casa. Siempre con una sonrisa y un abrazo fuerte me recibía preguntándome ¿y, hoy qué vamos a hacer? No había nadie en casa, los vasos de whisky listos, hielo listo, dos ceniceros y dos encendedores. Nos sentamos en el suelo y me preguntó cómo estaba. Rompí en llanto y riéndome de mi desgracia le conté todo, punto por punto, detalle por detalle, prendiendo cigarro tras cigarro y tomando sorbos de mi vaso. 

En ese momento pensé, estoy segura que mañana que me calme me va a decir que mejor lo dejamos todo aquí no más. Él me miró todo el tiempo, en silencio, solo fumaba, bebía, me miraba, suspiraba y me seguía mirando. 

Cuando ya no había más lágrimas me dijo "tengo exactamente lo que necesitas". Se fue por un momento y cuando regresó, tenía una radio en la mano. La conectó y puso un CD. La verdad, no recuerdo qué CD era ni qué canción era ni quién cantaba, porque lo único que recuerdo era su sonrisa escondida en su cabello rizado dorado. 

Se puso a cantar y a bailar por toda la casa, interpretó cada palabra de esa canción, haciéndome reír como nunca antes. Tomó mi cigarro, lo apagó en el cenicero y extendió su mano hacia mí. Realmente parecía que estábamos en ese monte junto a la luna, donde el galán saca a bailar a la dama y aunque los dos no son bailarines, no se equivocan en ningún paso, flotan por el suelo al ritmo de la canción y ella, tras dar un giro y volver a sus brazos, cae rendida ante su encanto y recibe ese beso que borra todo problema que en algún momento la atormentó.

Y tal como la película, él terminó conociéndome y yo terminé conociéndolo. No funcionó. Cada uno siguió su vida, ya pasaron casi 10 años y hemos vuelto a ese punto del inicio; el de amigos que se ven, se adoran, se abrazan y ríen como locos. Claro que yo ya no soy flaca y ahora él tiene novio. Él es director y yo grabé algunas cuántas canciones. Supongo, que tal como Emma y Ryan, ambos influimos en la vida del otro, pero nuestras historias debieron crecer separadas, para que ahora cada uno tenga su propia historia de amor de película. Y creo que en eso los dos sí atinamos, porque ambos somos muy felices.

Ah, por cierto, la canción es Slowly de Luis Eduardo Auté, ¿creyeron de verdad que no me iba a acordar? Buenas noches, a soñar todos.